Por Míster Afro | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
José María Ezeiza, nacido en 1819 y fallecido el 24 de diciembre de 1884, durmió una profunda siesta un sábado de otoño. Tenía unos cincuenta años cuando soñó que volaba convertido en pájaro sobre un paraje atravesado por vías, rutas, automóviles, motos, aviones que enturbiaban el horizonte.
De profesión propietario y hombre de costumbres simples, José María descendió transformado en torcaza en la 205, frente a la estación de Tristán Suárez. No sabía en qué sitio estaba y desconocía el peligro que corría en la ruta. Un par de máquinas pasaron a su lado, a una velocidad sorprendente para los habitantes del siglo diecinueve.
Ante el tercer vehículo que sacudió su plumaje, desplegó las alas grises y levantó vuelo. Distraído por la innumerable cantidad de edificios, anduvo sin ninguna meta y descendió en el estadio 20 de Octubre, en pleno campo deportivo.
Al tocar el césped, su cuerpo tomó la forma de un jugador de fútbol, vestido con la casaca del local. Los gritos de una multitud lo envolvieron y careció de tiempo para pensar en lo que sucedía.
Cuando recibió la pelota, encaró derecho para el arco rival, como si hubiera nacido con un balón bajo los pies. En velocidad gambeteó a un defensor, al segundo le hizo un caño y al tercero lo dejó atrás con un amague, una pisada y un pique corto. Mano a mano con el arquero, miró a la tribuna y la escena se suspendió un instante ante una lluvia de papelitos blancos y azules que inundaban la cancha.
José María, que años más tarde prestaría sus nombres y el apellido para la creación de un pueblo, se sintió en éxtasis. Impulsado por una energía que le resultaba ajena, sacó un derechazo y metió el primer y único gol de su vida en un torneo profesional. Se trepó por el alambrado, abrazó a los hinchas y terminó perdido dentro de una muchedumbre que lo vitoreaba.
Cuando despertó, trató de pensar de dónde provenían las imágenes. ¿De algún periódico, de un libro, de los cuadros de un museo? Buscó a su esposa y la invitó a tomar unos mates, con galletas y miel. Intentó contarle a María Magdalena lo vivido, pero no encontró la forma. Sólo pudo hablarle de una torcaza que se perdía en una ciudad indescifrable. Faltaban varias décadas para el surgimiento de las palabras adecuadas que describieran los recuerdos del futuro. Al atardecer, cuando se levantaba un temporal, los truenos sonaban eufóricos y papelitos se arremolinaban en el jardín de los Ezeiza.
Ante el tercer vehículo que sacudió su plumaje, desplegó las alas grises y levantó vuelo. Distraído por la innumerable cantidad de edificios, anduvo sin ninguna meta y descendió en el estadio 20 de Octubre, en pleno campo deportivo.
Al tocar el césped, su cuerpo tomó la forma de un jugador de fútbol, vestido con la casaca del local. Los gritos de una multitud lo envolvieron y careció de tiempo para pensar en lo que sucedía.
Cuando recibió la pelota, encaró derecho para el arco rival, como si hubiera nacido con un balón bajo los pies. En velocidad gambeteó a un defensor, al segundo le hizo un caño y al tercero lo dejó atrás con un amague, una pisada y un pique corto. Mano a mano con el arquero, miró a la tribuna y la escena se suspendió un instante ante una lluvia de papelitos blancos y azules que inundaban la cancha.
José María, que años más tarde prestaría sus nombres y el apellido para la creación de un pueblo, se sintió en éxtasis. Impulsado por una energía que le resultaba ajena, sacó un derechazo y metió el primer y único gol de su vida en un torneo profesional. Se trepó por el alambrado, abrazó a los hinchas y terminó perdido dentro de una muchedumbre que lo vitoreaba.
Cuando despertó, trató de pensar de dónde provenían las imágenes. ¿De algún periódico, de un libro, de los cuadros de un museo? Buscó a su esposa y la invitó a tomar unos mates, con galletas y miel. Intentó contarle a María Magdalena lo vivido, pero no encontró la forma. Sólo pudo hablarle de una torcaza que se perdía en una ciudad indescifrable. Faltaban varias décadas para el surgimiento de las palabras adecuadas que describieran los recuerdos del futuro. Al atardecer, cuando se levantaba un temporal, los truenos sonaban eufóricos y papelitos se arremolinaban en el jardín de los Ezeiza.
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
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