Por Martín Etchandy | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
El día no podría haber empezado peor: recibí una factura de luz de $33.019, en contraste con los $8.110 que pagué el mes pasado. Al dorso, había un 0800 para acceder a un beneficio. No pude leer bien de qué se trataba —porque las letras eran pequeñas y azules y encima mi hijo Benicio se despertó y hubo que empezar con el desayuno, cambiarlo, etcétera—, pero alcancé a llamar a ese número y marcar la opción “1” para acceder al premio, descuento o lo que fuese.
Tras el almuerzo, recibí un mensaje por whatsapp de Edesur: habían decidido recompensarme y debía presentarme en sus oficinas antes de las 15 horas. Como faltaba muy poco, salí a las apuradas y caminé a paso sostenido las doce cuadras que separan mi casa de la oficina comercial. Consulté al guardia de seguridad y me envió al box número 3 donde me atendió una chica muy simpática de nombre Aldana. Efectivamente, la empresa me regalaba unos 500 kilovatios por pagar a término y por haberme comunicado con el 0800.
Me pidió que extendiera ambos brazos hacia ella para poder hacerme acreedor del beneficio. Esto me pareció un poco extraño. ¿No era más razonable una firma o mi autorización a través de un email o una app? No obstante —y antes de que cambiara de idea (una vez que alguien te regala algo en este país hay que aprovecharlo)— seguí sus indicaciones y Aldana tuvo pronto mis dos brazos extendidos hacia ella.
Muy rápidamente se colocó dos guantes de seguridad, accionó lo que parecía ser una perilla o palanca pequeña, sacó de atrás del escritorio algo similar a un desfibrilador y, antes de que pudiera reaccionar, aplicó una feroz descarga eléctrica sobre mis manos.
Fue tal la fuerza de la electricidad, que mi cuerpo salió disparado unos tres metros. Caí de espaldas y de milagro no aplasté a una señora que estaba por un reclamo. Al incorporarme luego de unos segundos, noté mis dedos chamuscados, la ropa desaliñada, el reloj que parecía haber explotado, y mi celular, muerto en el bolsillo.
—Entregados —dijo la chica, sonriente—. Gracias por confiar en nosotros —agregó, mientras el señor de seguridad me ofrecía un vaso de agua.
No quise aceptar más nada de esta gente. Me acomodé la ropa como pude y salí a la calle. Todavía no he tenido el valor para mirarme a un espejo y comprobar el estado de mis pelos.
Me pidió que extendiera ambos brazos hacia ella para poder hacerme acreedor del beneficio. Esto me pareció un poco extraño. ¿No era más razonable una firma o mi autorización a través de un email o una app? No obstante —y antes de que cambiara de idea (una vez que alguien te regala algo en este país hay que aprovecharlo)— seguí sus indicaciones y Aldana tuvo pronto mis dos brazos extendidos hacia ella.
Muy rápidamente se colocó dos guantes de seguridad, accionó lo que parecía ser una perilla o palanca pequeña, sacó de atrás del escritorio algo similar a un desfibrilador y, antes de que pudiera reaccionar, aplicó una feroz descarga eléctrica sobre mis manos.
Fue tal la fuerza de la electricidad, que mi cuerpo salió disparado unos tres metros. Caí de espaldas y de milagro no aplasté a una señora que estaba por un reclamo. Al incorporarme luego de unos segundos, noté mis dedos chamuscados, la ropa desaliñada, el reloj que parecía haber explotado, y mi celular, muerto en el bolsillo.
—Entregados —dijo la chica, sonriente—. Gracias por confiar en nosotros —agregó, mientras el señor de seguridad me ofrecía un vaso de agua.
No quise aceptar más nada de esta gente. Me acomodé la ropa como pude y salí a la calle. Todavía no he tenido el valor para mirarme a un espejo y comprobar el estado de mis pelos.
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
Blogger Comment