Por Hugo Alberto Panza | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch
Muchas veces me he preguntado qué es y cuánto tiempo hace que existe la discriminación. ¿Es algo natural de la psicología humana, podríamos decir, genético, o es algo construido por la sociedad? Hace unos meses tuve pensamientos discriminatorios, lo que me llevó a meditar sobre este tema.
A Kari, mi esposa, se le había ocurrido ir a Capital a ver los festejos por el Año Nuevo Chino. Un amigo nos había dicho que teníamos que tomar la General Paz, luego Libertador y finalmente Juramento. Cuando circulaba por Libertador comenzamos a notar diferencias: la mayoría vestía ropa de mejor calidad, todas las mujeres lucían peinados de peluquería.
—¡Caminan más lento y miran a lo lejos! ¡No te miran! —dijo mi hijo para mi sorpresa—. Esos no son de acá —agregó, cuando paramos en un semáforo y observábamos a gente en una parada de colectivo—. Tienen ropa común, hablan entre ellos y se ríen como cualquiera.
El semáforo se puso en verde y comencé a pensar en forma discriminatoria. Los de acá admiran al Norte. Siempre maravillándose con Estados Unidos. No importa si ese país bombardea y mata gente como ningún otro. No importa si encarcelan gente y la torturan sin que nadie las defienda. No importa si intervienen en todos los países intentando defender “sus intereses”, aunque “sus intereses” puedan llevar al hambre a millones de personas. Encima se creen que esos del Norte son defensores de la libertad. ¡Cuántos negros estadounidenses habrán muerto en la Segunda Guerra Mundial defendiendo el “mundo libre” siendo que, en ese mismo momento histórico, en el sur de su país debían cederle el asiento del colectivo a los blancos. ¡Y por ley! No por costumbre. Y son admiradores de Suiza. ¡Qué maravilla Suiza! No importa si todos los ladrones del mundo llevan su dinero allí. Ellos los admiran igual.
—¿Dónde estamos? Tenemos que doblar en Juramento —dije, y vi el cartel de la calle F.D. Roosevelt.
¡Será posible! —pensé—. ¡Le tenían que poner el nombre de un presidente norteamericano! Cien metros después llegó la avenida Monroe. ¡Otra vez! ¡Tenía que ser! El de la famosa doctrina: América para los americanos. Está claro que lo que quiso decir es: ‘América para los estadounidenses’. Era una forma de advertencia a los europeos absolutistas para que comprendieran que ya habían decidido que el patio trasero les pertenecía. De pronto reaccioné: ¡Bueno, no quiere decir que todos los que vivan aquí piensen igual. No tengo que discriminar. Pero... ¡los carteles estaban ahí! ¡No puede ser casualidad!”.
***
Cada clase social tiene sus características, que no son de todos, pero, como dije antes, son de la mayoría y lo que para una clase social es una virtud, para la otra es un defecto. Es muy difícil poder apreciar los defectos de la clase social a la que uno mismo pertenece. Porque justamente lo que se ve todos los días pasa desapercibido, se torna casi invisible y sólo se vuelve notable cuando te lo hace ver un sapo de otro pozo. ¿Entonces qué hay que hacer? ¿Cuál es la conclusión?
Cuando ingresé al barrio de Belgrano, mi mente se disparó de manera maquinal, sacando conclusiones generales y aplicándolas a cada individuo que veía distinto. Tal vez el truco sea descubrir cómo funciona la mente, poder alejarnos de nosotros mismos y ver las cosas desde otro lugar.
Siempre existieron y existirán distintas clases sociales, por la sencilla razón de que no somos todos iguales, y siempre surgirán pensamientos discriminatorios, porque, además, somos todos parecidos.
Habiendo tomado el control de mí mismo y desconectado el automático, bajé la ventanilla y grité:
—¡No hay problema muchachos! ¡Miren al Ratón Mickey! ¡A mí me gusta Hijitus!
A Kari, mi esposa, se le había ocurrido ir a Capital a ver los festejos por el Año Nuevo Chino. Un amigo nos había dicho que teníamos que tomar la General Paz, luego Libertador y finalmente Juramento. Cuando circulaba por Libertador comenzamos a notar diferencias: la mayoría vestía ropa de mejor calidad, todas las mujeres lucían peinados de peluquería.
—¡Caminan más lento y miran a lo lejos! ¡No te miran! —dijo mi hijo para mi sorpresa—. Esos no son de acá —agregó, cuando paramos en un semáforo y observábamos a gente en una parada de colectivo—. Tienen ropa común, hablan entre ellos y se ríen como cualquiera.
El semáforo se puso en verde y comencé a pensar en forma discriminatoria. Los de acá admiran al Norte. Siempre maravillándose con Estados Unidos. No importa si ese país bombardea y mata gente como ningún otro. No importa si encarcelan gente y la torturan sin que nadie las defienda. No importa si intervienen en todos los países intentando defender “sus intereses”, aunque “sus intereses” puedan llevar al hambre a millones de personas. Encima se creen que esos del Norte son defensores de la libertad. ¡Cuántos negros estadounidenses habrán muerto en la Segunda Guerra Mundial defendiendo el “mundo libre” siendo que, en ese mismo momento histórico, en el sur de su país debían cederle el asiento del colectivo a los blancos. ¡Y por ley! No por costumbre. Y son admiradores de Suiza. ¡Qué maravilla Suiza! No importa si todos los ladrones del mundo llevan su dinero allí. Ellos los admiran igual.
—¿Dónde estamos? Tenemos que doblar en Juramento —dije, y vi el cartel de la calle F.D. Roosevelt.
¡Será posible! —pensé—. ¡Le tenían que poner el nombre de un presidente norteamericano! Cien metros después llegó la avenida Monroe. ¡Otra vez! ¡Tenía que ser! El de la famosa doctrina: América para los americanos. Está claro que lo que quiso decir es: ‘América para los estadounidenses’. Era una forma de advertencia a los europeos absolutistas para que comprendieran que ya habían decidido que el patio trasero les pertenecía. De pronto reaccioné: ¡Bueno, no quiere decir que todos los que vivan aquí piensen igual. No tengo que discriminar. Pero... ¡los carteles estaban ahí! ¡No puede ser casualidad!”.
***
Cada clase social tiene sus características, que no son de todos, pero, como dije antes, son de la mayoría y lo que para una clase social es una virtud, para la otra es un defecto. Es muy difícil poder apreciar los defectos de la clase social a la que uno mismo pertenece. Porque justamente lo que se ve todos los días pasa desapercibido, se torna casi invisible y sólo se vuelve notable cuando te lo hace ver un sapo de otro pozo. ¿Entonces qué hay que hacer? ¿Cuál es la conclusión?
Cuando ingresé al barrio de Belgrano, mi mente se disparó de manera maquinal, sacando conclusiones generales y aplicándolas a cada individuo que veía distinto. Tal vez el truco sea descubrir cómo funciona la mente, poder alejarnos de nosotros mismos y ver las cosas desde otro lugar.
Siempre existieron y existirán distintas clases sociales, por la sencilla razón de que no somos todos iguales, y siempre surgirán pensamientos discriminatorios, porque, además, somos todos parecidos.
Habiendo tomado el control de mí mismo y desconectado el automático, bajé la ventanilla y grité:
—¡No hay problema muchachos! ¡Miren al Ratón Mickey! ¡A mí me gusta Hijitus!
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
Blogger Comment