Por Míster Afro | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Hacia qué recuerdos camina ese hombre que a diario veo deambular por el barrio El Paso.
Hacia qué sueños pendientes va con su bolsa de las compras y un perro mestizo que lo sigue a medio metro.
Qué pisadas tan profundas han quedado bajo sus pies, para que con buen o mal tiempo continúe saliendo de su casa, y deje una estela de presencia a cada tranco.
Dicen que se llama Manuel. Que lo bautizaron así por el poeta salteño Castilla y que cuando repite esta historia, sea en el súper de la ruta o en la verdulería de la entrada, su cara sonríe, porque siente la mano de su madre sacudiendo sus cabellos y ve a su padre guiñándole un ojo desde un tobiano panza manchada.
Cuando lo veo pasar, me pregunto qué será del barrio el día en que no ande más y se queden sin su saludo la señora que se encarga de tareas domésticas en lo de Esther y el pibe que va en bici hacia el puesto de revistas. Qué hará entonces la jovencita del Fiat Cronos que aminora su marcha al cruzar a su lado, para gritarle que tenga buen día, antes de irse a toda velocidad hacia la Planta Sinteplast en Spegazzini.
Me han dicho que Manuel fue un gran maestro, un tipo paciente, con un amor de cuarenta años, que tiene una hija, un hijo, nietos, y hasta escribió unos cuentos que nunca se animó a editar, pero que leía a sus alumnos y alumnas.
Uno de ellos recuerda que esas historias estaban plagadas de fantasmas que no los asustaban y solían intervenir en acciones minúsculas, como esconder una tijera, un libro o un martillo, o, bien, provocaban una gotera que no dejaba dormir al protagonista de la ficción durante un par de días.
Relata este muchacho que una vez le preguntó por qué no reunía esos textos para publicarlos, y que él le respondió que ya estaban impresos en la memoria de los jóvenes que habían escuchado con atención. Se perderán las palabras, dijo el viejo maestro, pero tal vez se conserve algo de la emoción del instante.
¿Quién sabe hacia qué señales oxidadas marcha Manuel por la calle Juan Gálvez?
Cuando termine de llegar, alumbrará la luna sus huesos plateados, y quizás, un hombre, o una mujer, evoquen el rastro y descubran un sendero que valga la pena transitar.
Qué pisadas tan profundas han quedado bajo sus pies, para que con buen o mal tiempo continúe saliendo de su casa, y deje una estela de presencia a cada tranco.
Dicen que se llama Manuel. Que lo bautizaron así por el poeta salteño Castilla y que cuando repite esta historia, sea en el súper de la ruta o en la verdulería de la entrada, su cara sonríe, porque siente la mano de su madre sacudiendo sus cabellos y ve a su padre guiñándole un ojo desde un tobiano panza manchada.
Cuando lo veo pasar, me pregunto qué será del barrio el día en que no ande más y se queden sin su saludo la señora que se encarga de tareas domésticas en lo de Esther y el pibe que va en bici hacia el puesto de revistas. Qué hará entonces la jovencita del Fiat Cronos que aminora su marcha al cruzar a su lado, para gritarle que tenga buen día, antes de irse a toda velocidad hacia la Planta Sinteplast en Spegazzini.
Me han dicho que Manuel fue un gran maestro, un tipo paciente, con un amor de cuarenta años, que tiene una hija, un hijo, nietos, y hasta escribió unos cuentos que nunca se animó a editar, pero que leía a sus alumnos y alumnas.
Uno de ellos recuerda que esas historias estaban plagadas de fantasmas que no los asustaban y solían intervenir en acciones minúsculas, como esconder una tijera, un libro o un martillo, o, bien, provocaban una gotera que no dejaba dormir al protagonista de la ficción durante un par de días.
Relata este muchacho que una vez le preguntó por qué no reunía esos textos para publicarlos, y que él le respondió que ya estaban impresos en la memoria de los jóvenes que habían escuchado con atención. Se perderán las palabras, dijo el viejo maestro, pero tal vez se conserve algo de la emoción del instante.
¿Quién sabe hacia qué señales oxidadas marcha Manuel por la calle Juan Gálvez?
Cuando termine de llegar, alumbrará la luna sus huesos plateados, y quizás, un hombre, o una mujer, evoquen el rastro y descubran un sendero que valga la pena transitar.
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
Blogger Comment