Por Freddy Montenegro | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Tomassini
Ezeiza, sábado a la noche. Tuve que salir a buscar un remedio a la farmacia y, al ver la tristeza de las calles, me invadió un dolor enorme en el alma y tuve que ponerme a escribir.
Era la desolación en primera persona. Todos los negocios cerrados. Ni un alma en las veredas. Las alegrías y las tristezas de un pueblo como cualquier otro —la música de un sábado, la gente comiendo en las pizzerías o en las heladerías, la risa de las muchachas en su mundo, las motos de los molestos de siempre y el amor suspirando en cada esquina— se esfumaron como en una película de terror.
¿Cómo imaginar que el mundo se quedaría quieto en un segundo, que la vida se detendría y que salir de casa conllevaría el peligro de enfermarse, o de morir? ¿O que tanta gente se quedaría sin trabajo, o sin la posibilidad de ganarse los pesos necesarios para comer mañana?
¿Cómo imaginar la vida sin besar a mis nietos, sin reunirme con mi gente, sin poder darte la mano o abrazarte cuando te encuentro, cómo digerir esta angustia de tener que mantenerme a un metro de distancia hasta de mis amigos y tratarnos como si fuéramos leprosos?
Esta cuarentena nos tiene mal a todos, pero no es para siempre, por suerte. Ya volverán las golondrinas, como decía Bécquer. Y ojalá seamos mejores, más solidarios. Que los seres humanos dejemos de ser los menos humanos de todos los seres. Que no haya sido en vano, aun cuando ya hemos pasado por infinitos males, cientos de guerras y de pestes desde el principio de los tiempos sin que aprendamos ninguna lección.
Cuando nos volvamos a encontrar, voy a abrazar a mis amigos como nunca antes, voy a besar a mi mujer y a mis hijos que me acompañaron en esta situación y vamos a salir a festejar la vida, esa vida que nunca valoramos en su verdadera dimensión: cuando éramos jóvenes y nos creíamos indestructibles, después porque no teníamos tiempo de pensar en que un día se nos iba a terminar y más tarde porque no importaba morirnos si total ya vivimos bastante.
Cuando pase la tormenta (sí, va a pasar), voy a disfrutar cada minuto, porque esto nos demostró que de nada vale ser el más rico del mundo si un enemigo muy chiquito puede con el más fuerte. Voy a cantar cuando tenga ganas y no me importará si no canto bien porque lo valedero no es cantar bien sino tener ganas de cantar. Voy a remontar ese barrilete que pronto terminaré. Voy a acomodar el tablero de herramientas y por fin arreglaré el cantero ese del jardín que siempre dejo para más adelante.
Por qué caerse y entregar las alas. / Por qué rendirse y manotear las ruinas./ Si es el dolor, al fin, quien nos iguala. / Y la esperanza, quien nos ilumina. Héctor Negro y César Isella, “Levántate y canta”.
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
Ya volverán las golondrinas
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