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La Palabra de Ezeiza | Octubre de 2024

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Los mil y un modos de llorar

Por Fernando Garriga (*) | Esto No Está Chequeado | #FiccionesEzeicenses

Hay una señora que vive al lado de una casa velatoria, casi sobre la ruta 205. Tiene la costumbre de sacar la silla a la vereda para, con grandes anteojos, observar los mil y un modos de llorar que tiene la gente. Porque los hay, como los hay de reír, de palmear la espalda, de caminar y de estornudar. Hay quien llora, despacio y contenido, sin ganas de ser visto. Hay otros que actúan su llanto como si se tratara de una obra de teatro en la que los demás son meros espectadores del dolor más grande de todos los dolores. Hay gente que necesita de otra gente para llorar: la abrazan y le dejan moqueadas las solapas. Hay otros que se apoyan en una pared para que nadie los vea porque asocian el llanto a una necesidad fisiológica. Los hay remilgados que arrugan pañuelitos. En fin. Los niños rara vez lloran en los velorios. Se impresionan con los muertos. Además no han perdido todavía la capacidad de comunicarse con espíritus. Los ven sin ningún problema. Esta vecina que digo, con su casa que linda con la velatoria, en su catálogo de experta, sabe distinguir perfectamente el llanto constipado y fingido de los/las amantes de aquel que proviene de un dolor verdadero. Ve en las caras de primos lejanos el deseo de los buitres. Asiste impertérrita a discusiones susurradas sobre inmuebles y otras propiedades. Ya bien lo dice el tango: “Cuando manyés que a tu lado se prueban las pilchas que vas a dejar...”. Hay otros que lloran con odio, con ganas de descargar piñas y patadas. Más de una vez la señora se despertó sobresaltada por golpes en su puerta a cualquier hora. Lo que no termina de aceptar, nuestra señora, es esa costumbre de ahora de interrumpir el velatorio y dejar al muertito solo hasta la mañana en la que se reinicia todo. Sucede que a veces, cuando quedan solos, los muertitos lloran lágrimas de arena. La vecina los escucha, pared de por medio. Son quejidos de tela, goteos apagados, como un deslizarse de orugas.  Por la mañana recrudecen los llantos. El clímax se alcanza cuando se produce el traslado. Entre velorio y velorio la señora aprovecha el aburrido tiempo libre para barrer la vereda. Se pregunta si existirán otros modos de llorar o es que ya conoce todos. Pone cara pícara cuando piensa que en su propio velorio, por el modo de llorar, va a poder deducir exactamente el sentimiento de cada uno. Lo que no sabe es si ella misma va a llorar lágrimas de arena cuando por fin se quede sola.

(*) Escritor y paisajista, tiene publicados cuatro libros: Escuela para ciegos (2013), Continuidad de la obra (2015), Cumpleaños en la isla (2016) y Las invasiones ranqueles según mamá (2019).

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