Sabrina Etchegoyen tenía una pasión irrefrenable por los Fiat 600. Socia honorífica del CFUF (Club de Fanáticos Unidos por el Fitito), la vecina de Vista Linda iba a juntadas de amantes de fititos, daba vueltas por el distrito para sacarles fotos a los fititos que se cruzaba y se copaba con otras locuras del mismo estilo. Sin embargo, una angustiosa astilla se clavaba en su corazón: no tenía un fitito propio. Así, hasta que descubrió a una vecina de Monte Grande que vendía un hermoso modelo de 1974. Sabrina, chocha; para colmo, el Fiat estaba en perfecto estado. ¿Por qué la vecina querría venderlo? “Soy más de la bicicleta”, le aclaró. Sabrina pagó la suma estipulada, y salió muy campante en su nuevo vehículo. A tres cuadras de su casa, el auto se paró. Sabrina revisó el motor, pero no había nada raro. Volvió a girar la llave, y el coche arrancó. A los cien metros, volvió a quedarse duro. Sabrina lo llevó al mecánico, quien arguyó: “Acá está todo en orden, ¿no será que el auto está embrujado?”. Sabrina concurrió a Zulema Gianegra, maestra de plástica amateur y tarotista diplomada. La revelación que le hizo a Sabrina fue explosiva: el Fiat estaba poseído por el espíritu de un camionero que en el 2001 se la pasaba haciendo paro. “Será de Dios”, dijo Sabrina. “No: de la CGT”, contestó Zulema. Desde entonces, Sabrina intentó acostumbrarse a los berrinches de su Fiat, que seguía haciendo paro. La dueña optó por encontrar una solución pacífica, hablándole al coche de forma dulce, cosa de ver si lo podía amansar. El Fiat se dejó seducir por Sabrina, que comenzó a sentir un correspondido afecto por su auto. Fueron conociéndose, y la dueña comprendió que el ruido entrecortado del caño de escape no era otra cosa que una invitación en clave morse para formalizar la unión. Sabrina y el coche terminaron casándose, gracias a una religión filipina que permite la unión entre el hombre y la máquina. Desde La Palabra —y en especial desde esta sección—, siempre hinchamos a favor del amor, así que le deseamos a esta tierna pareja que nunca se quede sin nafta. ¡Por muchos kilómetros más!
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