Quepobrestán (nouvelle
divague), de Fernando Figueras (Muerde Muertos, 2013). Por Ignacio Román González.
El personaje principal, Federico De Nucchi, lleva puesta la
camiseta del perdedor, pero eso no parece detenerlo. Es de los que salen a la
cancha a jugar igual, a pesar de los tantos en contra. Uno, dos, tres o mil a
cero. No le importa cuál sea el resultado parcial, precisamente porque en el
fondo sabe que aún no es definitivo. Todavía hay tiempo. Y mientras dure el
partido hay que buscar el arco rival.
Será por eso que la historia parece comenzar directamente en
tiempo suplementario: Federico es un escritor que se encuentra en la mala,
asediado por deudas imposibles de superar y acosado por las secuelas
emocionales de un fracaso amoroso. Un día recibe un llamado telefónico desde el
extranjero, una isla de Oceanía (llamada “Quepobrestán”), informándole que
había ganado un concurso literario del cual ya no recordaba haber participado.
300 cuitas —moneda quepobrestaní— de premio en efectivo con pasajes incluidos,
el viaje resulta una travesía delirante en tierras donde hasta el idioma tiene
algo de familiar y de extraño. Personas que leen la mente, mafiosos, hombres
hechos de cocaína, contadoras que se cachondean con personas que tienen deudas,
balas que salen de cualquier lado, canibalismo y, sobrevolándolo todo, el amor.
Quepobrestán es,
sobre todo, una historia de amor. Y Fernando Figueras, quien ya nos había
sacudido las neuronas con el libro de cuentos Ingrávido (Muerde Muertos, 2010), da un paso más allá en el modo de
contarlo. Alguno diría que le da una vuelta de tuerca al asunto, pero lo
correcto sería decir que lo afloja. La rígida estructura debe flexibilizarse, y
allí está Federico De Nucchi. Enamorándose de nuevo. En tierras lejanas. A
minutos de terminar el partido.
Figueras deslumbra en un terreno donde otros no podrían
evitar el lugar común, y es a causa de su extrema lucidez. Pero también obedece
a su ética. En una entrevista realizada hace algún tiempo, Fernando explica por
qué en su currículum literario figura el club de sus amores. “Un hincha de
Ferro”, explica, “quizás no escriba lo mismo que uno de Boca o de River.
Escribís desde otro lugar. Estás en una posición de debilidad, que tenés que
defender”.
Desde ese lugar escribe Figueras. Y su presencia en la
cancha siempre inclina el marcador.
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