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La Palabra de Ezeiza | Abril de 2024

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“Las últimas golosinas”, un testimonio de Graciela Chein sobre la última Dictadura Militar

La exinspectora de Educación Física del distrito de Ezeiza presentó un libro en el que se ponen de manifiesto “sufrimientos humanos como el amor, el desamor, las pérdidas, los prejuicios y los miedos”. Ella estuvo detenida durante toda la dictadura militar. Por Hugo Goncalves
La escritora Graciela Chein presentó su libro Las últimas golosinas, editado por Carina Pérez y contando con el prólogo de Patricia Borensztejn (sobrina de Tato Bores). Se trata de una ficción autobiográfica contada a lo largo de 110 páginas que, al decir de su autora: “se apega a hechos reales”, cuyos nombres y circunstancias debió modificar; donde se ponen de manifiesto “sufrimientos humanos como el amor, el desamor, las pérdidas, los prejuicios y los miedos” y éstos sí son reales. “Siempre me gustó escribir, pero esta es la primera vez que publico”, indicó Graciela Chein, quien fue inspectora de la rama de Educación Física durante muchos años. En realidad, el trasfondo del texto está relacionado con una dura experiencia de vida por la que atravesó, en su aspecto de militante política. Remontémonos a 1975. Argentina estaba gobernada por Isabel Perón. En octubre de ese año, Graciela, que en aquel entonces tenía un hijo de un año y ocho meses, es detenida en su domicilio por la Superintendencia de Seguridad Federal. “En esa época ya había desaparecidos y centros clandestinos de detención”, señaló. Durante el primer mes de detención no se sabe nada de ella, hasta que al fin le notificaron que estaba detenida a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, lo que la convierte en una presa política legal. Quedó alojada en la cárcel de Villa Devoto. Esta detención se prolongó por espacio de 8 años, hasta octubre de 1983. Durante todo este tiempo, Graciela les escribió a su hijo y a su familia cerca de 500 cartas. “Un buen día, te llaman y te dicen que estás en libertad y a partir de ese momento empieza toda una reconstrucción de vida, relacionada con tus afectos y ésta no es la tarea más fácil. Pero estaba en libertad. Me fue muy difícil insertarme en el mundo laboral como docente, pero lo logré. Me fue muy bien en el desempeño de esta tarea hasta que me jubilé. Formé una nueva familia y la vida me regaló otros dos hijos”, contó la escritora quien reside en Carlos Spegazzini. En el 2013, la Biblioteca Nacional promueve un archivo de cartas escritas por los detenidos durante la dictadura. Graciela, como así también decenas de personas, acerca una gran cantidad de esas cartas que había escrito y se reserva algunas. Según cuenta, por esos días nació la idea de escribir “Las últimas golosinas”, un relato en ficción de lo que ella había vivido, que contiene fotograbados de esas cartas que se reservó; obviamente, el nombre de los protagonistas es ficticio, a los efectos de preservar su identidad. La mejor síntesis está en la contratapa del libro: “fijate si reconocés algo tuyo, susurró Federico en el oído de Cristina mientras dejaba un paquete de cartas desordenadas en la mesa”. La protagonista estaba por cumplir 60 años cuando su hijo le entrega las cartas que ella le envió desde la cárcel, donde fuera (como tantas otras mujeres de este país) una presa política durante la última dictadura militar. Reencontrarse con su pasado en esas líneas escritas desde el encierro, es el punto de partida para revisar su presente: el amor, sus afectos y el vínculo con su hijo. Tratando de alejarse de las fuertes estructuras a las que se aferró durante años, Cristina transitará su reconstrucción en la búsqueda de sus propias verdades, aquellas que postergó y que, ahora, ya no puede callar. Y en la última página (la de los agradecimientos), a través de cada una de las menciones vuelve a contar su historia, nos pone en contacto con cada una de las personas que han formado y forman parte de su vida. El mensaje es tan real como la historia contada en forma de ficción: a los 60 años y con experiencias vividas no siempre gratas, se puede volver a empezar. Y Graciela Chein, cuya vida no fue nada fácil, puede dar cuenta de ello: está preparando su segundo libro y trabaja en colaboración con un dramaturgo en el armado y el guión de una película.
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