Por Karen Valdez | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Mi abuela Mirta vive desde chica en el mismo barrio. Ella siempre me contó que, en la década del 30, La Unión era campo. Apenas había algunas personas, y entre ellos se encontraban quienes habitaban el lugar desde años atrás. Esos vecinos relataban historias que, con el paso del tiempo, se fueron olvidando. Esta es una de ellas.
Hace mucho vivió una joven que fue prometida a un hombre mayor. Ella no quería casarse porque amaba a otro. El prometido en un ataque de celos decidió raptarla; la encontraron bajo un árbol, rogaba por su madre mientras agonizaba. Dicen que los ecos de esa desgracia perduran hasta hoy, mi abuela jura que pudo oírlos.
Una noche mientras hacía costura en su cuarto, escuchó algo horrible: una voz se lamentaba y gritaba llamándola. Se asustó y corrió a ver a sus hijos, ellos solo estaban jugando y dijeron que nadie gritaba. No les creyó y los mandó a dormir.
Regresó a su costura, no pasó ni media hora cuando volvió a escuchar otro grito.
—¡MAMÁ!
Volvió para retar a los chicos, al entrar los encontró durmiendo. Convencida de que solo era cansancio, fue a terminar lo último e ir a la cama.
Ya a punto de acostarse, escuchó nuevamente el grito, solo que esta vez sonó más fuerte y aterrador. La casa tembló.
Corrió de vuelta, segura de que no lo había imaginado. Entró desesperada, temía más por sus hijos que por los lamentos espectrales. No los vio, tampoco a las camas o a las cosas que solían estar ahí. Frente a ella se extendía un campo desértico donde había un árbol marchito, alguien gritaba desde allí. Siguiendo los lamentos fue que encontró a una joven.
Con horror vio que tenía la cara ensangrentada y deforme. Cuando se acercó a ayudarla, esta la tomó del cuello y gritó: “¡MAMÁ!”.
―Cuando reaccioné estaba en la cama y me dolía mucho el cuello.
―¿Cómo sabés que no fue un sueño, abu? ―pregunté.
―No fue un sueño. A veces en las noches más tristes oigo sus gritos.
―¿Por qué se escuchan acá?―insistí.
Ella me miró asustada. Nunca lo había dicho, hasta ahora.
―Porque el árbol donde murió estaba en este terreno, justo donde estamos sentadas ahora.
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