Por Juan Carlos Ramirez Leiva | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Pertenezco al selecto pero denostado grupo de personas que no nos molesta procrastinar nuestras tediosas obligaciones. Esto nos trae problemas con nuestras relaciones, ya laborales o sociales, e, incluso, con nosotros mismos. Tenemos consciencia de la ansiedad, el malestar y la decepción que les causamos a quienes nos están esperando puntualmente y nosotros llegamos tarde.
Excusarnos ante quienes nos conocen no tiene caso. Ya nadie nos cree y, en un rincón de nuestra honestidad, admitimos que hacen bien. Lo nuestro es difícil de explicar.
Sin embargo, hay que decir que no siempre es nuestra culpa. A quién no le ha pasado que saliendo con tiempo suficiente para un compromiso se encuentra con alguien que hace mucho que no ve y, por tal, sería una descortesía no parar a conversar. O, tal vez, pusimos mal la alarma, perdimos el tren y el siguiente no salió a horario. O nos olvidamos de algo fundamental, y etcétera, etcétera. Son situaciones comunes, razonables, creíbles, que nos suceden con mucha asiduidad.
Como no podemos cambiar nuestro destino de procrastineros irremediables (culpa seguro, de una conspiración universal), aceptamos estoicamente nuestro destino y nos sumamos al movimiento que ha logrado que se nos reconozca nuestro hado.
Nosotros, los que llevamos adelante una tan heroica como inútil batalla contra Cronos, tenemos nuestro día de reconocimiento y premio. El Procrastinators Club of América, fundado por Les Waas en 1956, estableció que el 5 de septiembre es el Día de Llegar Tarde. La motivación fundacional es darnos vía libre para que, al menos una vez al año, actuemos sin remordimientos.
Quienes sufrimos de esto debemos conocer que los estudios científicamente elaborados han concluido en que buscamos generar adrenalina extra y que nos divertimos cuando actuamos contra el reloj, cuando desafiamos su impecable e inapelable andar.
Hacer las cosas con tiempo no nos sirve.
Seguiría escribiendo pero creo que me olvido de algo... ¡Uh, Dios, espero llegar a horario!
Excusarnos ante quienes nos conocen no tiene caso. Ya nadie nos cree y, en un rincón de nuestra honestidad, admitimos que hacen bien. Lo nuestro es difícil de explicar.
Sin embargo, hay que decir que no siempre es nuestra culpa. A quién no le ha pasado que saliendo con tiempo suficiente para un compromiso se encuentra con alguien que hace mucho que no ve y, por tal, sería una descortesía no parar a conversar. O, tal vez, pusimos mal la alarma, perdimos el tren y el siguiente no salió a horario. O nos olvidamos de algo fundamental, y etcétera, etcétera. Son situaciones comunes, razonables, creíbles, que nos suceden con mucha asiduidad.
Como no podemos cambiar nuestro destino de procrastineros irremediables (culpa seguro, de una conspiración universal), aceptamos estoicamente nuestro destino y nos sumamos al movimiento que ha logrado que se nos reconozca nuestro hado.
Nosotros, los que llevamos adelante una tan heroica como inútil batalla contra Cronos, tenemos nuestro día de reconocimiento y premio. El Procrastinators Club of América, fundado por Les Waas en 1956, estableció que el 5 de septiembre es el Día de Llegar Tarde. La motivación fundacional es darnos vía libre para que, al menos una vez al año, actuemos sin remordimientos.
Quienes sufrimos de esto debemos conocer que los estudios científicamente elaborados han concluido en que buscamos generar adrenalina extra y que nos divertimos cuando actuamos contra el reloj, cuando desafiamos su impecable e inapelable andar.
Hacer las cosas con tiempo no nos sirve.
Seguiría escribiendo pero creo que me olvido de algo... ¡Uh, Dios, espero llegar a horario!
Nota del editor: Este artículo debería haber salido el jueves 5 de septiembre, pero ustedes ya lo adivinaron: el autor lo mandó después del cierre.
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
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