Por Soul(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
La mañana comenzó como tantas otras. El despertador sonó a las 6:30 y me levanté cumpliendo la misma rutina: ducha rápida, café negro y un cigarrillo en la parada del colectivo.
Trabajaba en Vista Linda. El servicio local era mi medio de transporte diario: pasaba puntual a las 7:40 y me dejaba en la oficina a las 8. El humo del cigarrillo se mezclaba con la bruma. Era un pequeño ritual que me daba unos minutos de paz antes del bullicio del día. Observaba el paso de los autos y los transeúntes cuando presentí algo distinto.
El cielo amenazaba con una tormenta. El colectivo apareció y avanzó hacia la parada sin aminorar la marcha. El conductor, distraído, no frenó y en pocos segundos me encontré en el suelo tras un violento impacto.
El mundo se tornó caótico. Boca arriba, con el cigarrillo aún entre los dedos, experimenté dolores agudos recorriendo el cuerpo. Mi vida pasó frente a los ojos en un frenesí de imágenes, mientras la realidad se difuminaba y un bucle extraño comenzaba a tomar forma. En ese bucle me vi a mí mismo una y otra vez en la parada, fumando mi último cigarrillo, a punto de vivir el fatal momento del choque.
En la parada, los paramédicos luchaban por salvarme, abrumados por la gravedad de mi estado. Cuando el reloj marcaba las ocho, mis colegas en la oficina se preguntaban dónde estaba, al ver que mi silla permanecía vacía. La noticia del accidente se propagaba, sembrando incredulidad y tristeza entre quienes me conocían.
Yo sigo aún atrapado en un bucle, reviviendo los acontecimientos, incapaz de romper las cadenas de esta repetición cruel. Mi alma se aferra a esa tragedia en un limbo entre la vida y la nada.
El accidente en Ezeiza con el colectivo marcó el fin de mi existencia física de una manera que ni yo mismo podría haber imaginado. Hoy, en algún rincón indescifrable del universo, sigo fumando mi último cigarrillo, esperando el momento en que el bucle se rompa y pueda al fin encontrar la paz.
Trabajaba en Vista Linda. El servicio local era mi medio de transporte diario: pasaba puntual a las 7:40 y me dejaba en la oficina a las 8. El humo del cigarrillo se mezclaba con la bruma. Era un pequeño ritual que me daba unos minutos de paz antes del bullicio del día. Observaba el paso de los autos y los transeúntes cuando presentí algo distinto.
El cielo amenazaba con una tormenta. El colectivo apareció y avanzó hacia la parada sin aminorar la marcha. El conductor, distraído, no frenó y en pocos segundos me encontré en el suelo tras un violento impacto.
El mundo se tornó caótico. Boca arriba, con el cigarrillo aún entre los dedos, experimenté dolores agudos recorriendo el cuerpo. Mi vida pasó frente a los ojos en un frenesí de imágenes, mientras la realidad se difuminaba y un bucle extraño comenzaba a tomar forma. En ese bucle me vi a mí mismo una y otra vez en la parada, fumando mi último cigarrillo, a punto de vivir el fatal momento del choque.
En la parada, los paramédicos luchaban por salvarme, abrumados por la gravedad de mi estado. Cuando el reloj marcaba las ocho, mis colegas en la oficina se preguntaban dónde estaba, al ver que mi silla permanecía vacía. La noticia del accidente se propagaba, sembrando incredulidad y tristeza entre quienes me conocían.
Yo sigo aún atrapado en un bucle, reviviendo los acontecimientos, incapaz de romper las cadenas de esta repetición cruel. Mi alma se aferra a esa tragedia en un limbo entre la vida y la nada.
El accidente en Ezeiza con el colectivo marcó el fin de mi existencia física de una manera que ni yo mismo podría haber imaginado. Hoy, en algún rincón indescifrable del universo, sigo fumando mi último cigarrillo, esperando el momento en que el bucle se rompa y pueda al fin encontrar la paz.
(*)Concurre al Taller de Escritura para las Infancias, de la Municipalidad de Ezeiza, a cargo de Arián Molina.
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