Por Danna Cuba(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Esta historia comienza en los Bosques de Ezeiza, con un cielo celeste claro muy lindo, muchas nubes y pájaros volando. El pasto, los árboles y los arbustos eran muy verdes. Era un paisaje verdaderamente estupendo.
Llegó un hombre que vio el hermoso prado y decidió que era el lugar perfecto donde recoger flores para su novia.
De la emoción, decidió levantar los brazos, pero, al hacerlo, todo ese cálido paisaje se volvió muy frío. El hombre apareció encima de una montaña repleta de nieve. Se preguntó: “¿No era verano? Parece que estoy en invierno. ¿Esta nieve es real?”.
El hombre no entendía absolutamente nada. Rápidamente se puso un abrigo. Del cielo bajaba un aire helado y las nubes grises se juntaron; tenía pinta de que iba a llover. El hombre no se entristeció; al contrario, se puso feliz. Con sus brazos mágicos hizo un muñeco de nieve. Parecía un niño juguetón. El hombre estaba tan feliz que lo disfrutó al máximo.
Aplaudió y, de repente, el paisaje volvió a cambiar. Se encontraba ahora en un caluroso desierto, rodeado de arena. No había ninguna flor hasta donde alcanzaba su vista. Se deshizo de su abrigada vestimenta y sintió el calor del sol en todo su cuerpo. A pesar de la desolación, era un paisaje bellísimo para él.
Por última vez levantó sus brazos y todo volvió a ser como era: un bosque con un cielo limpio, árboles, arbustos, pasto. Todo como era al principio. El hombre estaba más confundido todavía, no entendía lo que sucedía. “¿Ahora qué pasó? ¿Estoy en verano de nuevo?”.
El hombre se puso a recoger algunas flores lindas para su novia. Cuando quiso regresar, se dio cuenta de que se había perdido. Habían pasado como cinco horas en sus viajes del verano al invierno y del invierno al verano.
Por suerte encontró un mapa, y pudo llegar a su casa a salvo, logrando su objetivo: llevarle algunas flores a su novia.
Llegó un hombre que vio el hermoso prado y decidió que era el lugar perfecto donde recoger flores para su novia.
De la emoción, decidió levantar los brazos, pero, al hacerlo, todo ese cálido paisaje se volvió muy frío. El hombre apareció encima de una montaña repleta de nieve. Se preguntó: “¿No era verano? Parece que estoy en invierno. ¿Esta nieve es real?”.
El hombre no entendía absolutamente nada. Rápidamente se puso un abrigo. Del cielo bajaba un aire helado y las nubes grises se juntaron; tenía pinta de que iba a llover. El hombre no se entristeció; al contrario, se puso feliz. Con sus brazos mágicos hizo un muñeco de nieve. Parecía un niño juguetón. El hombre estaba tan feliz que lo disfrutó al máximo.
Aplaudió y, de repente, el paisaje volvió a cambiar. Se encontraba ahora en un caluroso desierto, rodeado de arena. No había ninguna flor hasta donde alcanzaba su vista. Se deshizo de su abrigada vestimenta y sintió el calor del sol en todo su cuerpo. A pesar de la desolación, era un paisaje bellísimo para él.
Por última vez levantó sus brazos y todo volvió a ser como era: un bosque con un cielo limpio, árboles, arbustos, pasto. Todo como era al principio. El hombre estaba más confundido todavía, no entendía lo que sucedía. “¿Ahora qué pasó? ¿Estoy en verano de nuevo?”.
El hombre se puso a recoger algunas flores lindas para su novia. Cuando quiso regresar, se dio cuenta de que se había perdido. Habían pasado como cinco horas en sus viajes del verano al invierno y del invierno al verano.
Por suerte encontró un mapa, y pudo llegar a su casa a salvo, logrando su objetivo: llevarle algunas flores a su novia.
(*)Concurre al Taller de Escritura para las Infancias, de la Municipalidad de Ezeiza, a cargo de Arián Molina.
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