Por Torosaurio | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Corría el 2019 cuando Facundo Torres, sonidista de La Unión, conoció a su mejor amiga. La encontró en la vidriera de un negocio de mascotas sobre la calle Paso de la Patria, en José María Ezeiza.
—Era una tortuga grande con ojos azules igual al azul de Tristán Suárez —comentó Torres en diálogo con este medio.
Torres compró la tortuga y la bautizó como Juana en honor a la cantante Juana Molina. Dueño y bicharraco desarrollaron una relación súper estrecha. Tomaban vodka escuchando Los Redondos y los domingos acompañaban fielmente al Lechero.
—Lo seguíamos a todos lados —continuó Torres—. Juana disfrutaba especialmente cuando pintaba el bardo. Una vez le arrancó el índice a un barra de Adrogué ¡en la cancha de Adrogué!
En 2022, Torres fue convocado para manejar el sonido de los Juegos Bonaerenses en Mar del Plata. Dejó a Juana a cargo de su primo Jorge, residente de Máximo Paz. El primer día en territorio cañuelense, Jorge le taladró la cabeza a Juana poniendo Soda Stereo a todo volumen. Hastiada, la tortuga rajó de su jaulita.
Jorge salió a buscarla y la encontró por la ruta 205, llegando a Spegazzini. Juana casi le arrancó la nariz de un tarascón.
Un domingo, Jorge tiró carbones en el piso del patio y empezó un asado. Luego, prendió la tele donde pasaban un partido de Cañuelas Fútbol Club. Juana aprovechó la distracción y volvió a escapar. Jorge festejaba un gol de Cañuelas cuando por la ventana vio a Juana corriendo en dirección al asado. Voló hacia la tortuga. Tarde: Juana se había arrojado sobre las brasas.
—Me enteré a la vuelta —puntualizó Torres—. Fue un final trágico pero épico. Las despedidas son esos dolores dulces, decía el Indio.
Torres tomó los restos chamuscados de Juana y les dio santa sepultura en el fondo de su casa.
Hoy deja caer chorros de vodka en el pasto que resguarda ese caparazón hinchado de amor por Suárez y Los Redondos. Torres imagina un paraíso ideal para Juana, donde ella mira los partidos del Lechero mientras escabia vodka, escucha rock al palo y le arranca los dedos a un barra de Adrogué.
—Si eso no es el Cielo de mi Juana, no sé qué es —cerró Torres.
Torres compró la tortuga y la bautizó como Juana en honor a la cantante Juana Molina. Dueño y bicharraco desarrollaron una relación súper estrecha. Tomaban vodka escuchando Los Redondos y los domingos acompañaban fielmente al Lechero.
—Lo seguíamos a todos lados —continuó Torres—. Juana disfrutaba especialmente cuando pintaba el bardo. Una vez le arrancó el índice a un barra de Adrogué ¡en la cancha de Adrogué!
En 2022, Torres fue convocado para manejar el sonido de los Juegos Bonaerenses en Mar del Plata. Dejó a Juana a cargo de su primo Jorge, residente de Máximo Paz. El primer día en territorio cañuelense, Jorge le taladró la cabeza a Juana poniendo Soda Stereo a todo volumen. Hastiada, la tortuga rajó de su jaulita.
Jorge salió a buscarla y la encontró por la ruta 205, llegando a Spegazzini. Juana casi le arrancó la nariz de un tarascón.
Un domingo, Jorge tiró carbones en el piso del patio y empezó un asado. Luego, prendió la tele donde pasaban un partido de Cañuelas Fútbol Club. Juana aprovechó la distracción y volvió a escapar. Jorge festejaba un gol de Cañuelas cuando por la ventana vio a Juana corriendo en dirección al asado. Voló hacia la tortuga. Tarde: Juana se había arrojado sobre las brasas.
—Me enteré a la vuelta —puntualizó Torres—. Fue un final trágico pero épico. Las despedidas son esos dolores dulces, decía el Indio.
Torres tomó los restos chamuscados de Juana y les dio santa sepultura en el fondo de su casa.
Hoy deja caer chorros de vodka en el pasto que resguarda ese caparazón hinchado de amor por Suárez y Los Redondos. Torres imagina un paraíso ideal para Juana, donde ella mira los partidos del Lechero mientras escabia vodka, escucha rock al palo y le arranca los dedos a un barra de Adrogué.
—Si eso no es el Cielo de mi Juana, no sé qué es —cerró Torres.
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