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La Palabra de Ezeiza | Octubre de 2024

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HISTORIA | Sara Facio, el peronismo y Ezeiza

Escribe: Juan Carlos Ramirez Leiva | Junta Estudios Históricos del Distrito Ezeiza


Sara Facio (92 años) es una de nuestras fotógrafas emblemáticas. Bonaerense, socia fundadora del Consejo Argentino de Fotografía, es quien mejor ha retratado el peronismo setentista.
El día del ansiado regreso de Juan Domingo Perón al país (el 20 de junio de 1973), dos millones de personas acudimos al reencuentro con el mito. Ese día, quienes lo recordaban y lucharon por su vuelta —junto a los que éramos muy chicos cuando fue la Revolución Fusiladora, e, incluso, quienes solo conocían de su grandeza a través de relatos— fuimos sorprendidos con una emboscada.
Cuenta Sara que había llegado a Ezeiza en un Fiat, al que lógicamente tuvo que dejar en un descampado, porque los accesos estaban cortados por el desplazamiento inorgánico de cientos de miles de personas que felices por el porvenir no sospechaban la tragedia que el mismo peronismo iba a desatar a través de la incipiente Triple A (Alianza Anticomunista Argentina).
Los que llegábamos desde el sur iniciamos la caminata desde la “barrera del Aeropuerto” (ruta 205 y acceso a la autopista Ricchieri), todos felices, cantando, celebrando. Mi papá estaba tan pleno de alegría como nuestros vecinos. Todos lo éramos.
Contaba mi tío que repartió las mandarinas que había llevado desde mi casa entre jóvenes en sillas de ruedas, que estaban por detrás del palco montado sobre el Puente El Trébol. Con mi padre, estábamos de frente al palco cuando comenzaron los asesinatos.
Alrededor de las 14.30 Leonardo Favio daba inicio al acto, cuando sonaron los primeros disparos. Cuenta Sara: “No tenía idea de quiénes se estaban tiroteando, ni por qué... nada. Lo único que atinamos fue a ponernos cuerpo a tierra, como el resto de los colegas, esperando que el tiroteo terminara. Pero no terminaba nunca”. Por las fotos que Sara tomara del palco, supongo que estábamos muy cerca de ella, tratando de superar el desconcierto de pasar de una fiesta colectiva a intentar refugiarnos de la balacera en donde no había refugio alguno. Alguien comenzó a cantar nuestro Himno Nacional como invocando un fin superior. 
Pude identificar los árboles desde donde nos tiroteaban en la Escuela Hogar. En realidad, las balas pasaban por sobre nuestras cabezas e iban dirigidas hacia el espacio que ocupaban los montoneros. Años después, en ocasión de la inauguración del Museo de la Escuela Hogar, pudimos apreciar las marcas donde estuvo ubicado el depósito de armas y municiones, e insistir que allí, apenas a unos metros, está el CDC (centro de detención clandestina) que nadie quería reconocer (La 205), el terrorífico lugar que los alumnos residentes denunciaban como lugar embrujado, porque a la noche escuchaban quejidos desgarradores desde su alojamiento. Al CDC La 205 se llegaba por el ingreso principal de la Escuela Hogar.
Mi tío fue testigo del momento en que los que estaban detrás suyo en sillas de ruedas vivieran el milagro de poder incorporarse, sacar a relucir armas largas que habían ocultado bajo sus ponchos, y le advirtieran: “Tirate al suelo, viejito, y no levantes la cabeza por nada”, mientras comenzaban a tirar a sus objetivos. 
Sara había coqueteado con las ideas socialistas en su juventud y consideraba que el peronismo era un movimiento fascista. Sin embargo, la atrapó el amor incondicional de la militancia, lo que la llevó a registrar todas las manifestaciones desde el regreso del líder, hasta su muerte.
Sara afirmaba: “¡Todos sacamos esa foto! Si estábamos todos los fotógrafos frente al palco. No hay ‘una’ famosa foto del tipo este, sino un montón. Si se fija un poco va a notar que en una levanta la itaka con las dos manos, en otra la tiene en la mano derecha... De hecho, yo misma tengo dos fotos distintas así”. Se refería a Pedro Menta, exoficial de Gendarmería, que junto con sindicalistas, exmilitares y expolicías integraban la patota del coronel Jorge Osinde, los que se robaron la fiesta.
El palco desde donde debería haber hablado Perón quedó inmortalizado con un energúmeno empuñando una itaka, prefigurando que el Tercer Peronismo llegaba para contener el ascenso obrero abierto con el Cordobazo. Se valdrían tanto de la violencia estatal como de la paraestatal, y desaparecido Perón, el genocidio encabezado por Videla no tardó en aniquilar las luchas sociales por una justa redistribución del ingreso.
La extraordinaria obra de Sara Facio consistió en retratar el incondicional amor de la militancia peronista más allá de lo que pretendió su líder.



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