Por Reis Flugerl | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Desde hace días no llovía y las hojas no danzaban al viento. Lucio notaba una mejoría en su ánimo. Había pasado el tiempo suficiente para que sus heridas sanaran.
Era difícil avanzar de a pie por la ruta 205. Pudo oír desde la distancia el crepitar de una fogata. El penetrante aroma de carne asada era un manantial olfativo para una persona que había sobrevivido a raciones de lentejas envasadas.
Guiado por su olfato, llegó hasta un puente y se encontró con una figura casi esquelética, con la piel verdosa y brillante. Ella se levantó, usando un bastón. Un perro se posicionó amenazante hacia Lucio.
—¿Qué buscás, hijito? Mirá que cosas para robar no vas a conseguir acá... —lanzó la mujer, con voz grave y mirada fatigada.
—Busco una buena comida, ¿aceptás trueque? —preguntó.
Ella asintió y Lucio ofreció dos latas de arvejas.
—Ja. Estas cosas ni el fuego las quiere... —soltó la anfitriona y, luego, examinó la fecha de caducidad: enero de 3072—. Aún sirven. Elegí: ¿rata asada o patys de larvas?
Ante la pregunta, Lucio no dejó de mirar un trozo de carne que parecía un pollo y daba vueltas lento, mediante un mecanismo de engranajes, sobre una parrilla hecha con un tanque de combustible.
—Ya me di cuenta.
La mujer le sirvió un plato al hombre, y ambos se sentaron a comer sobre dos butacas de tren.
—¿De dónde sos? —preguntó ella.
—De ningún lado. Soy cartero.
La mujer sonrió.
—Ah, con razón... ¿Y para qué te mandaste hasta acá?
Tras un silencio, Lucio dijo:
—Vengo a buscar trabajo en Tristán Suárez.
—Ja, ja. Hace mucho dejó de llamarse así. Ahora es Nueva Gaddini.
La sorpresa del visitante fue inevitable. Ella prosiguió:
—El Rey Rata es el responsable. Obliga a la gente a hablar como ellos: una misma lengua, una misma identidad. El poder se ejerce, no se obtiene —Lucio se quedó mirándola a los ojos—. Soy una quemada, la radiación endureció mi piel y pasé de ser tan bella como las gotas de rocío a tan áspera como un cactus con sus espinas.
—¿Sos de los quemados que vivieron antes de las bombas?
La mujer negó y explicó:
—Nací bajo el ardor del nuevo mundo. Fui profesora de Filosofía y Literatura para los Jinetes del Conocimiento en El Jagüel.
—¿Y qué haces acá? —Lucio se sentía un poco desorientado, quizás fuera la falta de agua en días. Su cabeza se movía despacio.
—Espero —respondió la quemada, con tono seco.
—¿A qu... qué? —balbuceó él.
Destellos de colores brotaban en el ambiente. Una corriente comenzaba a raspar. El cuerpo del hombre se entumecía poco a poco.
—A que el tiempo me traiga a la persona indicada.
Era difícil avanzar de a pie por la ruta 205. Pudo oír desde la distancia el crepitar de una fogata. El penetrante aroma de carne asada era un manantial olfativo para una persona que había sobrevivido a raciones de lentejas envasadas.
Guiado por su olfato, llegó hasta un puente y se encontró con una figura casi esquelética, con la piel verdosa y brillante. Ella se levantó, usando un bastón. Un perro se posicionó amenazante hacia Lucio.
—¿Qué buscás, hijito? Mirá que cosas para robar no vas a conseguir acá... —lanzó la mujer, con voz grave y mirada fatigada.
—Busco una buena comida, ¿aceptás trueque? —preguntó.
Ella asintió y Lucio ofreció dos latas de arvejas.
—Ja. Estas cosas ni el fuego las quiere... —soltó la anfitriona y, luego, examinó la fecha de caducidad: enero de 3072—. Aún sirven. Elegí: ¿rata asada o patys de larvas?
Ante la pregunta, Lucio no dejó de mirar un trozo de carne que parecía un pollo y daba vueltas lento, mediante un mecanismo de engranajes, sobre una parrilla hecha con un tanque de combustible.
—Ya me di cuenta.
La mujer le sirvió un plato al hombre, y ambos se sentaron a comer sobre dos butacas de tren.
—¿De dónde sos? —preguntó ella.
—De ningún lado. Soy cartero.
La mujer sonrió.
—Ah, con razón... ¿Y para qué te mandaste hasta acá?
Tras un silencio, Lucio dijo:
—Vengo a buscar trabajo en Tristán Suárez.
—Ja, ja. Hace mucho dejó de llamarse así. Ahora es Nueva Gaddini.
La sorpresa del visitante fue inevitable. Ella prosiguió:
—El Rey Rata es el responsable. Obliga a la gente a hablar como ellos: una misma lengua, una misma identidad. El poder se ejerce, no se obtiene —Lucio se quedó mirándola a los ojos—. Soy una quemada, la radiación endureció mi piel y pasé de ser tan bella como las gotas de rocío a tan áspera como un cactus con sus espinas.
—¿Sos de los quemados que vivieron antes de las bombas?
La mujer negó y explicó:
—Nací bajo el ardor del nuevo mundo. Fui profesora de Filosofía y Literatura para los Jinetes del Conocimiento en El Jagüel.
—¿Y qué haces acá? —Lucio se sentía un poco desorientado, quizás fuera la falta de agua en días. Su cabeza se movía despacio.
—Espero —respondió la quemada, con tono seco.
—¿A qu... qué? —balbuceó él.
Destellos de colores brotaban en el ambiente. Una corriente comenzaba a raspar. El cuerpo del hombre se entumecía poco a poco.
—A que el tiempo me traiga a la persona indicada.
(*)Asiste al Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza.
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
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