Por Carlos Renoldi | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
El domingo salimos a pasear con la Corta, y se me ocurrió hacerle conocer el viejo puente ferroviario que perteneció a la Trochita, detrás del Centro Atómico. Allí se respira aire puro y tranquilidad. Se oye el canto de los pájaros y se puede apreciar el cielo a través de las copas de los árboles. El arroyito quieto acumula una capa verde de algún tipo de planta acuática, dándole al paisaje un tono de bosque encantado.
La Corta se recostó sobre una de las paredes que sostienen el puente. Yo hice lo propio a su lado. Ella sacaba el mate de la canasta para prepararlo, y yo, aprovechando ese clima ameno, me puse a escribir en mi libreta algo que me daba vueltas desde hace unos días en la cabeza.
***
Una pequeña cebra es atacada por una hiena. En su vano intento de evitar las mordeduras, la cebrita gira sobre sí de un lado al otro.
Se suman otras dos hienas, cinco, diez, muchas más. La víctima se queda sin posibilidad de escape o defensa. Pronto, una gran cantidad de sangre brotará de su cuerpo.
La cebrita sacude su cabeza. Una hiena le arranca sus tripas, que se convierten en motivo de disputa entre varios verdugos, en medio de un horroroso bullicio.
Las hienas desgarran sus cuartos traseros y las patas delanteras. La más audaz mete su cabeza dentro del tórax de la cebra. Le arranca el corazón y sale corriendo con el botín.
La cebra deja de moverse. Al fin culmina la espantosa tortura. El resto de las hienas termina de deshacer lo último que quedaba unido.
***
—¡Qué hermoso, no, papá? —dijo la Corta mientras me daba un mate.
—¿Qué cosa? —respondí aún consternado por mi sangriento relato.
—La paz —destacó—, el canto de los pájaros, los rayos del sol filtrándose entre las ramas, las mariposas, el olor a pino y a eucaliptus, las abejas trabajando, tantos tonos de verde, el murmullo suave del arroyito... ¿No es hermosa y perfecta la creación?
—Eh, sí... es hermosa la creación —le respondí, titubeante.
Abollé el papel con mi narración y lo tiré al agua. Me quedé mirando el sándwich de pollo que me ofrecía la Corta. A lo lejos se escuchaba el chirrido de un chimango que cazaba a una paloma.
La Corta se recostó sobre una de las paredes que sostienen el puente. Yo hice lo propio a su lado. Ella sacaba el mate de la canasta para prepararlo, y yo, aprovechando ese clima ameno, me puse a escribir en mi libreta algo que me daba vueltas desde hace unos días en la cabeza.
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Una pequeña cebra es atacada por una hiena. En su vano intento de evitar las mordeduras, la cebrita gira sobre sí de un lado al otro.
Se suman otras dos hienas, cinco, diez, muchas más. La víctima se queda sin posibilidad de escape o defensa. Pronto, una gran cantidad de sangre brotará de su cuerpo.
La cebrita sacude su cabeza. Una hiena le arranca sus tripas, que se convierten en motivo de disputa entre varios verdugos, en medio de un horroroso bullicio.
Las hienas desgarran sus cuartos traseros y las patas delanteras. La más audaz mete su cabeza dentro del tórax de la cebra. Le arranca el corazón y sale corriendo con el botín.
La cebra deja de moverse. Al fin culmina la espantosa tortura. El resto de las hienas termina de deshacer lo último que quedaba unido.
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—¡Qué hermoso, no, papá? —dijo la Corta mientras me daba un mate.
—¿Qué cosa? —respondí aún consternado por mi sangriento relato.
—La paz —destacó—, el canto de los pájaros, los rayos del sol filtrándose entre las ramas, las mariposas, el olor a pino y a eucaliptus, las abejas trabajando, tantos tonos de verde, el murmullo suave del arroyito... ¿No es hermosa y perfecta la creación?
—Eh, sí... es hermosa la creación —le respondí, titubeante.
Abollé el papel con mi narración y lo tiré al agua. Me quedé mirando el sándwich de pollo que me ofrecía la Corta. A lo lejos se escuchaba el chirrido de un chimango que cazaba a una paloma.
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