Por Karen Valdez | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
La noche estaba en penumbras, el invierno destructor teñía los asfaltos de una escarcha tan densa que el camino comenzaba a desaparecer.
La ruta 205 estaba vacía a esa hora de la madrugada. No había más que un auto en llamas obstruyendo el paso.
La ruta 205 estaba vacía a esa hora de la madrugada. No había más que un auto en llamas obstruyendo el paso.
Restos humanos teñidos de fuego salpicaban el costado del asfalto. Una, dos, tres montañas escarlata, ya sin forma, descansaban en ese frío océano de sufrimiento, aguardando una luz que pudiera salvarlos.
El hombre condujo por la ruta a gran velocidad, soportando el llanto de su pequeño hijo y las repetidas quejas de su esposa por no ir con más cuidado. Decía que el auto podría resbalar en la escarcha, y causarían un accidente. Con calma, intentó ignorarla y siguió.
Manejar sobre el camino congelado era peligroso y él lo sabía, pero si perdía el tiempo no llegarían al aeropuerto. Barrio Uno estaba cerca. Siempre y cuando fuera cuidadoso, la velocidad no importaba. Además, pensaba, no había nadie a esa hora de la noche.
Las luces delanteras iluminaron un accidente unos metros más adelante. El hombre no lo notó. Las quejas de su esposa, sumados los gritos del niño que no paraba de llorar, hicieron que perdiera la compostura y apartara la vista del camino por un instante. Pequeño instante donde el auto patinó, dio vueltas sobre el asfalto congelado, y estalló en llamas.
La familia terminó desparramada sobre la orilla, iluminadas por el fuego y la luz proveniente de un vehículo que se acercaba. Dentro, una pasajera reclamaba a su marido para que bajara la velocidad, porque causarían un accidente en esa ruta helada donde volvería a pasar el mismo auto una y otra vez.
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