Por Martín Etchandy (*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Dado que hay un rebrote (aunque controlado) de Covid, decidí darme una nueva dosis de la vacuna. No fue una experiencia feliz. Porque unos segundos después de recibir la aplicación, entró la persona encargada del vacunatorio desesperada a la sala sanitaria en la cual me encontraba, al grito de:
—¡La caja gris! ¡La caja gris! ¡La caja gris!
Según me explicaron luego, dicha caja contenía una partida de antirrábicas para mascotas, destinada al área municipal de Zoonosis y a la Asociación Protectora de Animales de Ezeiza (APADE). Por error terminó en el centro de vacunación. De esa caja salió la dosis que me inocularon.
Es cierto que mi pareja, cuando canto bajo la ducha, me dice que lo hago “como un perro”, pero de ahí a vacunarme contra la rabia...
En fin, me pidieron disculpas, y como soy muy amable (o estoy muy domesticado) las acepté.
—Quédese unas horas haciendo reposo. Ante cualquier inconveniente, consulte a su veterinario. Eh, quiero decir, a su médico —me aconsejó la gentil enfermera y me tiró un bizcochito que yo atrapé de un solo salto, para el deleite de mi paladar y de los demás profesionales y pacientes, que me brindaron un afectuoso aplauso.
Cuando llegué a mi edificio, Bizarro (el chihuahua de la señora renga del cuarto piso) me miró con ojos comprensivos. No sé por qué me sentí más cerca que nunca de ese animalito, a pesar de verlo a diario.
Ahora me senté un rato a escribir esta experiencia, con la duda de si acompañaré el café con leche con una porción del alimento Royal Canin premium (mi señora ofreció ir a comprarme una bolsa), y con la tranquilidad de saber que, al menos por un tiempo, no morderé a nadie.
—¡La caja gris! ¡La caja gris! ¡La caja gris!
Según me explicaron luego, dicha caja contenía una partida de antirrábicas para mascotas, destinada al área municipal de Zoonosis y a la Asociación Protectora de Animales de Ezeiza (APADE). Por error terminó en el centro de vacunación. De esa caja salió la dosis que me inocularon.
Es cierto que mi pareja, cuando canto bajo la ducha, me dice que lo hago “como un perro”, pero de ahí a vacunarme contra la rabia...
En fin, me pidieron disculpas, y como soy muy amable (o estoy muy domesticado) las acepté.
—Quédese unas horas haciendo reposo. Ante cualquier inconveniente, consulte a su veterinario. Eh, quiero decir, a su médico —me aconsejó la gentil enfermera y me tiró un bizcochito que yo atrapé de un solo salto, para el deleite de mi paladar y de los demás profesionales y pacientes, que me brindaron un afectuoso aplauso.
Cuando llegué a mi edificio, Bizarro (el chihuahua de la señora renga del cuarto piso) me miró con ojos comprensivos. No sé por qué me sentí más cerca que nunca de ese animalito, a pesar de verlo a diario.
Ahora me senté un rato a escribir esta experiencia, con la duda de si acompañaré el café con leche con una porción del alimento Royal Canin premium (mi señora ofreció ir a comprarme una bolsa), y con la tranquilidad de saber que, al menos por un tiempo, no morderé a nadie.
(*)Escritor, dramaturgo y docente, licenciado en Comunicación Social (UNLP). Algunos de sus libros son: Las horas salvajes, Estoy harto de que me saquen fotos, Mil veces metí la pata y El juego del asombro.
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
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