Por Juan Carlos Ramirez Leiva (*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
John Kennedy Toole (EEUU, 1937-1969) escribió La conjura de los necios, obra publicada póstumamente en 1980. Que así fuera fue muy conveniente para ocultar el fraude intelectual con que ganó el Pulitzer en 1981. Ignatius Reilly, el personaje, usaba gorra sobre su cabeza, una especie de globo carnoso. Descrito como ideólogo que despreciaba a todo el mundo, sostenía que en la Edad Media se habría gozado de orden y tranquilidad (no apoyaba al Papa, porque no se ajustaba a su idea). En la universidad a sus alumnos les tiró los exámenes, “papeluchos, sin corregir”, y les dijo que “en bien del futuro de la humanidad, esperaba que todos fueran estériles”. Tras un altercado con un policía (a quien llamó “comunista”) solicitó ayuda ante el supuesto atropello, pero sin dar pruebas. En un momento su novia le recordó que la fantasía de la detención tiene rasgos paranoicos y que Freud relacionaba este hecho con tendencias homosexuales. Ella sabe de su rigurosa oposición al sexo. Él solía pedirle que se vistiera, que saliera de su cama e incluso una vez llegó a decirle: “¡Cómo te atreves! ¡Soy virgen!”. Su hostilidad fue atribuida a sus fracasos e impotencia, y vociferaba insultos, como, por ejemplo, a “esa mujerzuela habría que empalarla con el miembro de un garañón especialmente bien dotado”. Alguien le sugirió organizar un partido para “salvar el mundo”, y él le respondió: “No hay tiempo que perder. El Apocalipsis está muy próximo”. “La mayoría de los necios no entienden mi visión”. Para comprender la actualidad había que leer el cómic Batman, y sólo parecía preocuparse por presentar disfraces. Decía: “Actuaré como una especie de mentor y guía del movimiento, pues mis conocimientos, nada desdeñables, de la historia del mundo, la economía, la religión y la estrategia política constituirán una reserva”. “En mi cerebro se desarrolla un debate ardoroso entre el pragmatismo y la moral”. Ignatius, un buen chico hasta que se le murió su perro, colocó sus restos en el living con flores y fue a ver a un sacerdote a quien pidió que diga oraciones en su funeral. Como el sacerdote se negó, llamó a dos docenas de amigos y colocó una cruz, se puso una capa grande, como Superman, y encendió muchas velas. Hoy, todos podemos apreciar que el tal Toole se limitó a plagiar recuerdos del futuro. Cambió algunos detalles para que no lo notáramos.
(*)Integra la Junta de Estudios Históricos de Ezeiza y edita el sitio Pensando Desde Ezeiza.
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