Por Carlos Renoldi | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Aquella tarde de domingo habíamos organizado una barrileteada. Vecinos y vecinas nos encontrábamos junto a los departamentos del Barrio Abuelas, en el espacio que ofrece el parquecito entre la colectora y la autopista.
Teníamos una mesita, reposeras, mate, gaseosas, facturas, tortas y hasta empanadas. Algunos ya traían sus barriletes confeccionados. Otros los armábamos en el lugar con cañas y hojas del diario La Palabra. Utilizábamos el tradicional engrudo, que se seca rápido.
Entre los que se arrimaron a la jornada se encontraba Nino Peña. Exhibía su célebre barrilete farol, rojo y azul, espléndido, que todos admirábamos. Aunque lucía descolorido por los años, seguía siendo imponente.
El farolito es un artefacto que no cualquiera sabe armar. Algunas noches, Nino nos había deslumbrado colocándole un frasquito con alcohol encendido, brindando un espectáculo único. Más de una vez, nos contó que su artefacto podía volar durante cientos de horas.
Sumamos unos veinte barriletes. Mientras disfrutábamos de la bacanal y el solcito, las naves se elevaron en el cielo. La coreografía era hermosa.
El farol volaba muy alto, gracias al hilo de albañil que le proporcionaba la fuerza necesaria.
En medio de la monotonía de sostener las líneas y observar, se escuchó la voz de Nino:
—¡No, no, nooooo...!
Vimos que él miraba hacia arriba, desesperado. El adorado farol se perdía entre las nubes. El cordón se había cortado.
Nos quedamos en silencio. Enojado, Nino arrojó el ovillo, pateó el suelo y se marchó.
Luego de un rato nos fuimos los demás, apenados por el adiós del farolito, con la promesa de armar una nueva reunión en breve.
Un par de noches después, desde el canal Telesur se informó que el gobierno chino había detectado un extraño farol espía, de origen desconocido, cerca de la Estación Espacial Internacional Tiangong.
Teníamos una mesita, reposeras, mate, gaseosas, facturas, tortas y hasta empanadas. Algunos ya traían sus barriletes confeccionados. Otros los armábamos en el lugar con cañas y hojas del diario La Palabra. Utilizábamos el tradicional engrudo, que se seca rápido.
Entre los que se arrimaron a la jornada se encontraba Nino Peña. Exhibía su célebre barrilete farol, rojo y azul, espléndido, que todos admirábamos. Aunque lucía descolorido por los años, seguía siendo imponente.
El farolito es un artefacto que no cualquiera sabe armar. Algunas noches, Nino nos había deslumbrado colocándole un frasquito con alcohol encendido, brindando un espectáculo único. Más de una vez, nos contó que su artefacto podía volar durante cientos de horas.
Sumamos unos veinte barriletes. Mientras disfrutábamos de la bacanal y el solcito, las naves se elevaron en el cielo. La coreografía era hermosa.
El farol volaba muy alto, gracias al hilo de albañil que le proporcionaba la fuerza necesaria.
En medio de la monotonía de sostener las líneas y observar, se escuchó la voz de Nino:
—¡No, no, nooooo...!
Vimos que él miraba hacia arriba, desesperado. El adorado farol se perdía entre las nubes. El cordón se había cortado.
Nos quedamos en silencio. Enojado, Nino arrojó el ovillo, pateó el suelo y se marchó.
Luego de un rato nos fuimos los demás, apenados por el adiós del farolito, con la promesa de armar una nueva reunión en breve.
Un par de noches después, desde el canal Telesur se informó que el gobierno chino había detectado un extraño farol espía, de origen desconocido, cerca de la Estación Espacial Internacional Tiangong.
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
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