Por Luciano Acosta | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Una titilante luz roja me despierta a la mañana. Apago el despertador y me levanto. Abro la ventana, suspiro y miro hacia el horizonte. Hace cuatro meses desapareció el sol. La incertidumbre ocupa los hogares. Aún no se sabe el motivo. Solo hay rumores. El temor es algo cotidiano.
No tengo ganas de desayunar, cambiarme y salir, pero lo hago igual. Siento que mis fuerzas se marcharon con la debacle.
Miro mi reloj. Son las 6.55. Restan cinco minutos para que las luces de la calle se enciendan. A mi celular llega una notificación de Google: “Aumentan los casos de depresión, a causa de la falta del sol”.
Se activa el alumbrado público. Salgo y me uno a mis vecinos rumbo a la estación de Ezeiza. Escucho quejas, lamentos, maldiciones. No me gusta ni me hacen bien esas voces. Desearía alejarme. Sin embargo, los expertos recomiendan andar en grupo por el aumento de las bajas temperaturas.
Tomo el tren. Viajo mirando las redes sociales, sin conectarme con los demás pasajeros. Bajo en Constitución y llego a la oficina caminando.
En mi puesto de trabajo noto un cuadro nuevo en la pared: un sol sale del horizonte con trazos naranjas y amarillos. Ilumina una cadena de montañas verde oscuro, que se fusionan con un cielo pleno.
Salgo de mi oficina y digo en voz alta:
—¿Quién puso la pintura?
Se abre un silencio incómodo entre mis compañeros y compañeras, hasta que me llegan estas palabras:
—Fui yo.
A mi derecha se encuentra Melanie. Me sorprende su confesión.
—¿Por qué? —le digo.
—¿Hice mal?
—No. Pero, ¿por qué?
Agacha la mirada.
—Vos siempre ayudás. Tenés paciencia, nos tratás bien. Me puso triste verte cambiar. Lo pinté como una forma de agradecerte, de darte ánimo.
Sonrío ante aquel regalo. Registro algo especial. ¿Así se sentían los rayos solares sobre mi cuerpo?
—¿Querés tomar un café a la salida? —le pregunto.
No tengo ganas de desayunar, cambiarme y salir, pero lo hago igual. Siento que mis fuerzas se marcharon con la debacle.
Miro mi reloj. Son las 6.55. Restan cinco minutos para que las luces de la calle se enciendan. A mi celular llega una notificación de Google: “Aumentan los casos de depresión, a causa de la falta del sol”.
Se activa el alumbrado público. Salgo y me uno a mis vecinos rumbo a la estación de Ezeiza. Escucho quejas, lamentos, maldiciones. No me gusta ni me hacen bien esas voces. Desearía alejarme. Sin embargo, los expertos recomiendan andar en grupo por el aumento de las bajas temperaturas.
Tomo el tren. Viajo mirando las redes sociales, sin conectarme con los demás pasajeros. Bajo en Constitución y llego a la oficina caminando.
En mi puesto de trabajo noto un cuadro nuevo en la pared: un sol sale del horizonte con trazos naranjas y amarillos. Ilumina una cadena de montañas verde oscuro, que se fusionan con un cielo pleno.
Salgo de mi oficina y digo en voz alta:
—¿Quién puso la pintura?
Se abre un silencio incómodo entre mis compañeros y compañeras, hasta que me llegan estas palabras:
—Fui yo.
A mi derecha se encuentra Melanie. Me sorprende su confesión.
—¿Por qué? —le digo.
—¿Hice mal?
—No. Pero, ¿por qué?
Agacha la mirada.
—Vos siempre ayudás. Tenés paciencia, nos tratás bien. Me puso triste verte cambiar. Lo pinté como una forma de agradecerte, de darte ánimo.
Sonrío ante aquel regalo. Registro algo especial. ¿Así se sentían los rayos solares sobre mi cuerpo?
—¿Querés tomar un café a la salida? —le pregunto.
(*)Concurre al Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza.
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
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