Por Torosaurio | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Hace un tiempo pasé por la Estación O’Higgins. Degustaba un feca cuando reconocí en una mesa vecina a Jorge Luis Abel Etta. Llevaba unos lentes súper oscuros y estaba avejentadísimo. Jorge había sido —en sus palabras— peronista, maoísta, alfonsinista, trotskista, camporista, morenista, galimbertista, kirchnerista, antikirchnerista, rosista, rivadavista, güemista, gorriaranmerlista y dejo bocha de “istas” afuera, porque se me termina el espacio. Añares que no nos veíamos. Lo saludé. Me invitó a su mesa. Tras sentarme, le pregunté si seguía metido en política y, de ser así, para qué arco andaba pateando.
—Eso se terminó, Torosaurio —respondió—. Las épocas de rosca partidaria quedaron atrás. Estoy cansado. Siento que doy un paso en cualquier militancia y se me vienen cien años encima.
—Tampoco es para exagerar ―dije.
—¿Exagerar? —retrucó Jorge.
Se sacó los anteojos.
―¡¿Qué onda?! ―largué azorado.
Jorge no tenía ojos. En su lugar había dos esferas tornasoladas, de casi intolerable fulgor. Al principio las creí giratorias; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraban. En ambos espacios cósmicos había infinitas imágenes que mostraban todos los puntos del universo. Las eternas encarnaciones y reencarnaciones políticas de Jorge (la peronista, la maoísta, etcétera) se develaron ante mí. Jorge volvió a colocarse los lentes.
—Cargo con cada militancia pasada, Torosaurio —dijo—. Ya estoy cansado de esas movidas. Por eso acabo de fundar la Organización de Vecinos Cansados de la Estirpe Burocrática. “Orvecanesbu”, para los amigos. Queremos dinamitar el sistema. Ya pasaremos por La Palabra y pondremos una publicidad.
Me despedí y rajé. No quería hablar de números con Jorge. Las imágenes de sus encarnaciones y reencarnaciones me habían dejado abrumado. Encima, al volver a contemplarlas, yo recordé la única constante de Jorge: de todas las publicidades que puso en estos años, no garpó ni una.
—Tampoco es para exagerar ―dije.
—¿Exagerar? —retrucó Jorge.
Se sacó los anteojos.
―¡¿Qué onda?! ―largué azorado.
Jorge no tenía ojos. En su lugar había dos esferas tornasoladas, de casi intolerable fulgor. Al principio las creí giratorias; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraban. En ambos espacios cósmicos había infinitas imágenes que mostraban todos los puntos del universo. Las eternas encarnaciones y reencarnaciones políticas de Jorge (la peronista, la maoísta, etcétera) se develaron ante mí. Jorge volvió a colocarse los lentes.
—Cargo con cada militancia pasada, Torosaurio —dijo—. Ya estoy cansado de esas movidas. Por eso acabo de fundar la Organización de Vecinos Cansados de la Estirpe Burocrática. “Orvecanesbu”, para los amigos. Queremos dinamitar el sistema. Ya pasaremos por La Palabra y pondremos una publicidad.
Me despedí y rajé. No quería hablar de números con Jorge. Las imágenes de sus encarnaciones y reencarnaciones me habían dejado abrumado. Encima, al volver a contemplarlas, yo recordé la única constante de Jorge: de todas las publicidades que puso en estos años, no garpó ni una.
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