Por Carlos Renoldi | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Corría la década del ochenta. Yo tenía un poco más de veinte años. Estábamos de campamento en los bosques de Ezeiza. En esa época había una administración que otorgaba el permiso de ingreso y la custodia.
Aquella noche, tras un largo día de diversiones, juegos y paseos, llegó la hora de la cena, el fogón, la guitarreada. Comenzamos a cantar temas de Sui Generis, Pastoral, Vox Dei, Almendra, León Gieco y otros grupos.
Tarde, muy tarde, la mayoría se fue a dormir. Las chicas a sus carpas, y los chicos, a las nuestras.
Mi novia y yo nos quedamos a charlar un rato más, al lado del fuego, hasta que ella decidió irse también a descansar.
Todo estaba en silencio cuando escuché el crujido de pasto seco. Apareció el vigilador y me preguntó en voz baja:
—¿Todo tranquilo?
Aquella noche, tras un largo día de diversiones, juegos y paseos, llegó la hora de la cena, el fogón, la guitarreada. Comenzamos a cantar temas de Sui Generis, Pastoral, Vox Dei, Almendra, León Gieco y otros grupos.
Tarde, muy tarde, la mayoría se fue a dormir. Las chicas a sus carpas, y los chicos, a las nuestras.
Mi novia y yo nos quedamos a charlar un rato más, al lado del fuego, hasta que ella decidió irse también a descansar.
Todo estaba en silencio cuando escuché el crujido de pasto seco. Apareció el vigilador y me preguntó en voz baja:
—¿Todo tranquilo?
—Sí, retranquilo, gracias —respondí, al tiempo que abría la carpa de los varones.
Sorprendido, descubrí que no había lugar. Los muchachos, apilados, roncaban. “Bueno, duermo afuera. Total no hace nada de frío”, pensé.
Desplegué mi bolsa y la acomodé cerca del fuego. Disfruté un rato de mirar las estrellas entre los eucaliptus y me sentí favorecido. Al rato, me puse de costado y me apresté a dormir.
Escuché vibraciones debajo mío. Me dio cosita. Pensando que sería alguna alimaña, levanté la bolsa y miré. Descubrí el rastro de un hormiguero, pero ningún bicho andaba por allí.
Acomodé la bolsa de nuevo y me volví a acostar decidido a no dejarme amedrentar por los ruiditos y los sonidos de la madrugada.
A la mañana, desperté y me sorprendió no ver a nadie junto a mí. El fogón y las carpas se encontraban a unos diez metros.
Los chicos se reían, mirándome. Uno me gritó:
—¡Eh, Charly, cortado, te fuiste a dormir solo y tan lejos!
Me acerqué a la ronda. Pibes y pibas mateaban y comían pan con manteca. Me senté con ellos, callado. Pensaba que me habían arrastrado y me estaban cargando. En eso, miré hacia el lugar elegido para pasar la noche y vi el hormiguero a la luz del día. De su boca salían y entraban unas enormes hormigas negras, musculosas, trasladando hojas y ramitas por el caminito que daba al sector donde yo había amanecido.
Sorprendido, descubrí que no había lugar. Los muchachos, apilados, roncaban. “Bueno, duermo afuera. Total no hace nada de frío”, pensé.
Desplegué mi bolsa y la acomodé cerca del fuego. Disfruté un rato de mirar las estrellas entre los eucaliptus y me sentí favorecido. Al rato, me puse de costado y me apresté a dormir.
Escuché vibraciones debajo mío. Me dio cosita. Pensando que sería alguna alimaña, levanté la bolsa y miré. Descubrí el rastro de un hormiguero, pero ningún bicho andaba por allí.
Acomodé la bolsa de nuevo y me volví a acostar decidido a no dejarme amedrentar por los ruiditos y los sonidos de la madrugada.
A la mañana, desperté y me sorprendió no ver a nadie junto a mí. El fogón y las carpas se encontraban a unos diez metros.
Los chicos se reían, mirándome. Uno me gritó:
—¡Eh, Charly, cortado, te fuiste a dormir solo y tan lejos!
Me acerqué a la ronda. Pibes y pibas mateaban y comían pan con manteca. Me senté con ellos, callado. Pensaba que me habían arrastrado y me estaban cargando. En eso, miré hacia el lugar elegido para pasar la noche y vi el hormiguero a la luz del día. De su boca salían y entraban unas enormes hormigas negras, musculosas, trasladando hojas y ramitas por el caminito que daba al sector donde yo había amanecido.
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