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La Palabra de Ezeiza | Octubre de 2024

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Un cuento de hadas

Por Míster Afro | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses


A veces uno se deja llevar por rumores, ideas inaceptables, pero que tienen algo atractivo. 
El otro día, alguien me dijo que cerca del arroyo Aguirre, al fondo de Sol de Oro, hay un sapo a la espera de ser besado para convertirse en una hermosa dama, en un caballero luminoso, o lo que el besante esté anhelando. 
Esto es un dislate, o más exacto, un cuento de hadas donde los sapos son reducidos a un mero símbolo por su piel fría, rugosa, con un semblante que no transmite emociones, y por contraste, se utilizan ante una presunta belleza estándar. Ya llegará el tiempo en que los sapos salgan a defenderse ante la estigmatización de la especie. 
Vuelvo al tema central. Escuché el chisme y decidí ir en busca de un amor. Pasé por lo de Julia Leguizamón. Ella es una suerte de Celestina, que gusta de armar parejas. Bajo el amparo de su guía, me sentía más seguro. Hace unos meses me peleé con mi novia y las actuales aplicaciones no me están dando resultado. 
Fui en bici a su casa, sobre la calle Hugo Guilarte. De parados, me indicó que el famoso sapo suele estar al lado de un sauce llorón, cerca del puente. La noté un tanto escéptica, aunque, prudente y sabia, no quiso cortarme el mambo. Me pidió que después regresara a tomar unos mates. 
Seguí con mi rodado hasta el lugar indicado y no hizo falta mucho para encontrar el motor de mi deseo. Había un enorme cartel que decía: “Aquí vive el Sapo. Dele un beso y será feliz para siempre”.
Me acerqué al arroyo. El sapo me miraba con carita de stícker. Me puse en cuclillas, busqué su boca, cerré los ojos y uní mis labios con los suyos. Imaginé que, al abrirlos, se presentaría una mujer que por soñada sería imposible de describir.
Cuando ya me imaginaba paseando con mi nueva novia, volví a mirar y ahí estaba el sapo.
—Si no hago un poco de propaganda, nadie quiere besarme —dijo.
Liberándome de la bruma de la ilusión, le respondí:
—No sé. ¡Así vas a terminar más solo que sapo malo! Ya aparecerá quien te quiera por lo que sos.
Volví a lo de Julia y le conté lo sucedido.
—Me imaginé que era un chamuyero —señaló mientras me ofrecía un amargo, en el jardincito, bajo la palmera.
—Una pena extraordinaria —comenté.
—No tanto —dijo ella—. Al final esto se parece a un relato con moraleja, como “La liebre y la tortuga”, “El patito feo” o “El ratón de campo y el ratón de la ciudad”.
—¿Y cuál sería la enseñanza de este cuento, Julia?
—Algo que todos, todas y todes deberíamos saber. Cuando besás a un sapo, besás a un sapo.

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