Por Nicolás Cardozo(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Con el vecino de al lado mantengo una relación cordial, al igual que con todo el barrio, un vínculo de convivencia tan superficial como con el resto a pesar de las similitudes que nos relacionan. Vivimos solos, compartimos trabajo, edad y hasta parecido físico. Alguien externo podría asumir que somos la misma persona. Lo que nos diferencia es que él está loco.
Estimo que, debido a mi aguda visión, solo yo fui capaz de detectar esa locura subyacente. Cualquiera diría que es alguien común y funcional, cosa que definitivamente es, pero delata su locura de forma sutil en su inquietante artificialidad general casi imperceptible.
Hace poco me percaté de que en mis años viviendo en El Tala jamás escuché su nombre. Ni yo ni nadie. Esto me llevó a comenzar una investigación que respaldaría mis afirmaciones.
Comencé a hurgar entre su basura y a espiarlo. No encontré objeto extraño alguno y cuando cenaba en el techo de mi casa para mirar hacia su ventana, tampoco noté nada fuera de lo común. Entre tanto, seguíamos con nuestras vidas. Las conversaciones intrascendentes se mantuvieron, al igual que sus respuestas toscas. Está rematadamente loco, no es consciente siquiera de sus esfuerzos por aparentar cordura. El sábado me hundía en la impotencia de haber fallado en mi misión, hasta que los rayos del sol llegaron a mi corazón y transformaron mi frustración en esperanza y coraje. Llegada la noche, me quedé en el techo y esperé que el loco vaya a dormir. Salté desde ahí hacia su patio con gracia y sigilo, como si fuera gato en lugar de hombre, pero rompí imprudentemente la ventana de una patada. No se despertó. Por varios minutos abrí cajones, muebles, electrodomésticos, de todo. No tuve tiempo de asimilar mi nulo hallazgo cuando empecé a escuchar sus pasos. Lo miré fijo a los ojos. Tres minutos en silencio. Congelados. En su rostro no hubo siquiera un asomo de sorpresa antes de esbozar su repugnante sonrisa para decirme con ánimo:
—Hola, Jorge, ¿cómo andás?
Estimo que, debido a mi aguda visión, solo yo fui capaz de detectar esa locura subyacente. Cualquiera diría que es alguien común y funcional, cosa que definitivamente es, pero delata su locura de forma sutil en su inquietante artificialidad general casi imperceptible.
Hace poco me percaté de que en mis años viviendo en El Tala jamás escuché su nombre. Ni yo ni nadie. Esto me llevó a comenzar una investigación que respaldaría mis afirmaciones.
Comencé a hurgar entre su basura y a espiarlo. No encontré objeto extraño alguno y cuando cenaba en el techo de mi casa para mirar hacia su ventana, tampoco noté nada fuera de lo común. Entre tanto, seguíamos con nuestras vidas. Las conversaciones intrascendentes se mantuvieron, al igual que sus respuestas toscas. Está rematadamente loco, no es consciente siquiera de sus esfuerzos por aparentar cordura. El sábado me hundía en la impotencia de haber fallado en mi misión, hasta que los rayos del sol llegaron a mi corazón y transformaron mi frustración en esperanza y coraje. Llegada la noche, me quedé en el techo y esperé que el loco vaya a dormir. Salté desde ahí hacia su patio con gracia y sigilo, como si fuera gato en lugar de hombre, pero rompí imprudentemente la ventana de una patada. No se despertó. Por varios minutos abrí cajones, muebles, electrodomésticos, de todo. No tuve tiempo de asimilar mi nulo hallazgo cuando empecé a escuchar sus pasos. Lo miré fijo a los ojos. Tres minutos en silencio. Congelados. En su rostro no hubo siquiera un asomo de sorpresa antes de esbozar su repugnante sonrisa para decirme con ánimo:
—Hola, Jorge, ¿cómo andás?
(*)Concurre al Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza.
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
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