Por Sofía Pérez(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Tan pituca quería estar para su cumple, que sin querer se perdió Guadalupe.
Las pestañas se iba a hacer y al volver las uñas a pintar. Tenía el turno en El Jagüel y a Banfield fue a parar.
En su mente repetía una y otra vez: “No quiero que me salga todo al revés”. Sabiendo cómo venía la mano, se bajó con la idea de que estaba en otro lado.
Sin saber en dónde estaba, el reloj las cuatro de la tarde marcaba, ella caminaba y caminaba hasta que por una esquina se asomó un policía, al que llamaban el Pata.
Con vergüenza le preguntó:
—Buenas tardes, señor, ¿sabría decirme dónde estoy?
El Pata con gracia y gentileza contestó:
—En Banfield estás, decime adónde querías llegar y tal vez te pueda ayudar.
Resignada, le contó la situación y que, por distraída y emocionada, se pasó de estación.
El policía con una simpática risa le respondió:
—Seis estaciones tenés que volver para llegar a El Jagüel.
Guadalupe se volvió, pero por chusmear un par de botas se bajó en Llavallol.
Ganas de comer chipá le dio, y las botas sin embargo no compró.
En la plaza, una chacarera le invitaron a bailar, y sin ningún tipo de dudas ella empezó a zapatear.
Comiendo la chipá al tren nuevamente subió, a las seis de la tarde el reloj marcó y Guadalupe al turno no llegó.
Sin pestañas se quedó, pero pensando en su cumpleaños bajó en Luis Guillón. Emocionada, entró a un cotillón, sombreros y maracas compró para festejar sus veintidós.
De tantas idas y vueltas, la noche apareció, el reloj las veinte marcó y rápidamente a su casa volvió.
Estaba tan cansada que quiso guardar todos los sombreritos y maracas, pero, si de suerte se tratara, de Guadalupe yo hablaría, ya que al llegar a su casa una gran sorpresa ella tendría: música, alegría y serpentinas invadían el lugar, a pesar de que sus uñas estaban sin pintar...
La noche transcurría. Bailaban, cantaban y reían, sin ningún tipo de prisa, toda la familia aplaudía los veintidós de Guadalupe, mientras la vela ella prendía.
Su habilidad para improvisar cada situación marcó, con uno u otro recuerdo de algún tropezón.
A las seis de la mañana el reloj nuevamente sonó. Sin pestañas y sin botas, la Pituca se acostó.
Cerrando sus ojos, dijo esta vez: “Qué suerte tengo de que todo me salga al revés”.
Las pestañas se iba a hacer y al volver las uñas a pintar. Tenía el turno en El Jagüel y a Banfield fue a parar.
En su mente repetía una y otra vez: “No quiero que me salga todo al revés”. Sabiendo cómo venía la mano, se bajó con la idea de que estaba en otro lado.
Sin saber en dónde estaba, el reloj las cuatro de la tarde marcaba, ella caminaba y caminaba hasta que por una esquina se asomó un policía, al que llamaban el Pata.
Con vergüenza le preguntó:
—Buenas tardes, señor, ¿sabría decirme dónde estoy?
El Pata con gracia y gentileza contestó:
—En Banfield estás, decime adónde querías llegar y tal vez te pueda ayudar.
Resignada, le contó la situación y que, por distraída y emocionada, se pasó de estación.
El policía con una simpática risa le respondió:
—Seis estaciones tenés que volver para llegar a El Jagüel.
Guadalupe se volvió, pero por chusmear un par de botas se bajó en Llavallol.
Ganas de comer chipá le dio, y las botas sin embargo no compró.
En la plaza, una chacarera le invitaron a bailar, y sin ningún tipo de dudas ella empezó a zapatear.
Comiendo la chipá al tren nuevamente subió, a las seis de la tarde el reloj marcó y Guadalupe al turno no llegó.
Sin pestañas se quedó, pero pensando en su cumpleaños bajó en Luis Guillón. Emocionada, entró a un cotillón, sombreros y maracas compró para festejar sus veintidós.
De tantas idas y vueltas, la noche apareció, el reloj las veinte marcó y rápidamente a su casa volvió.
Estaba tan cansada que quiso guardar todos los sombreritos y maracas, pero, si de suerte se tratara, de Guadalupe yo hablaría, ya que al llegar a su casa una gran sorpresa ella tendría: música, alegría y serpentinas invadían el lugar, a pesar de que sus uñas estaban sin pintar...
La noche transcurría. Bailaban, cantaban y reían, sin ningún tipo de prisa, toda la familia aplaudía los veintidós de Guadalupe, mientras la vela ella prendía.
Su habilidad para improvisar cada situación marcó, con uno u otro recuerdo de algún tropezón.
A las seis de la mañana el reloj nuevamente sonó. Sin pestañas y sin botas, la Pituca se acostó.
Cerrando sus ojos, dijo esta vez: “Qué suerte tengo de que todo me salga al revés”.
(*)Estudia en el Anexo N° 3011. Tiene 17 años. Canta y es vecina de Ezeiza. Facebook: Sofy Perez Instagram: sofy_a.perez
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