Por Míster Afro | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
En la Escuela N° 1, ubicada en Diego Laure 769, un hombre entró al cuarto oscuro y nunca salió. Así me lo contaron cuando concurrí a votar, a eso de las cinco de la tarde.
—Era un señor de más de ochenta años, bajito, pelado. Vino al mediodía, solito. Se movía lento, con bastón. Dijo el número de orden con un hilo de voz y nos dio el documento. Le entregamos un sobre y entró —me relató la jefa de mesa—. Aunque se demoraba, no nos llamó la atención. Muchos se marearon ante la enorme cantidad de listas. Un par de personas empezaron a quejarse y otras nos dijeron que, tal vez, se había descompuesto. Llamamos a un gendarme y entramos. El aula estaba vacía. Las ventanas se hallaban cerradas. Miramos debajo de las mesas, detrás de las sillas, dentro de los muebles, en cada rincón, y nada de nada. Desapareció.
Quise saber la identidad del vecino.
—Eso es lo más extraño —continuó la jefa—. Cuando fuimos a mirar el DNI, se había evaporado y nadie recordaba el nombre.
Pregunté por el gendarme y me acerqué a conversar. Él no había visto entrar al votante y pensaba que la confusión se debía a una distracción.
—El viejo se debe haber ido. A esa hora había mucha gente. Se les escapó el caracol —señaló, aunque, enigmático, comentó—: Lo raro es que el lugar estaba helado, como si fuera una cámara frigorífica. Hacía frío, pero allí era demasiado. Salía vapor cuando hablábamos.
Me tocó sufragar en la misma mesa y entré con algo de miedo. Agarré una boleta, la metí en el sobre y salí lo más rápido que pude. Mientras estuve allí dentro, sentí una mirada en la nuca.
Entre semana un par de vecinos me contaron episodios similares en otras escuelas del distrito. Mirando la tele escuché que en Villa Krause, en la provincia de San Juan, se dio la misma situación, con una anciana. Busqué en las redes sociales y encontré que el hecho se replicó en distintos puntos del país, sin demasiadas precisiones, como sucede con las leyendas urbanas.
—Tiene que ser una alucinación colectiva —opinó la Pirata Domínguez, que pasó por La Palabra para sumar su testimonio y contarnos que está haciendo un curso de psicoanálisis junguiano.
Muchos se preguntan qué ocurrió el domingo 13. Hay rumores, incertidumbre, teorías sin sustento.
—Solo quedó una certeza —sentenció la Pirata, antes de irse—. Desde las PASO, un fantasma recorre las urnas del cuarto oscuro.
—Era un señor de más de ochenta años, bajito, pelado. Vino al mediodía, solito. Se movía lento, con bastón. Dijo el número de orden con un hilo de voz y nos dio el documento. Le entregamos un sobre y entró —me relató la jefa de mesa—. Aunque se demoraba, no nos llamó la atención. Muchos se marearon ante la enorme cantidad de listas. Un par de personas empezaron a quejarse y otras nos dijeron que, tal vez, se había descompuesto. Llamamos a un gendarme y entramos. El aula estaba vacía. Las ventanas se hallaban cerradas. Miramos debajo de las mesas, detrás de las sillas, dentro de los muebles, en cada rincón, y nada de nada. Desapareció.
Quise saber la identidad del vecino.
—Eso es lo más extraño —continuó la jefa—. Cuando fuimos a mirar el DNI, se había evaporado y nadie recordaba el nombre.
Pregunté por el gendarme y me acerqué a conversar. Él no había visto entrar al votante y pensaba que la confusión se debía a una distracción.
—El viejo se debe haber ido. A esa hora había mucha gente. Se les escapó el caracol —señaló, aunque, enigmático, comentó—: Lo raro es que el lugar estaba helado, como si fuera una cámara frigorífica. Hacía frío, pero allí era demasiado. Salía vapor cuando hablábamos.
Me tocó sufragar en la misma mesa y entré con algo de miedo. Agarré una boleta, la metí en el sobre y salí lo más rápido que pude. Mientras estuve allí dentro, sentí una mirada en la nuca.
Entre semana un par de vecinos me contaron episodios similares en otras escuelas del distrito. Mirando la tele escuché que en Villa Krause, en la provincia de San Juan, se dio la misma situación, con una anciana. Busqué en las redes sociales y encontré que el hecho se replicó en distintos puntos del país, sin demasiadas precisiones, como sucede con las leyendas urbanas.
—Tiene que ser una alucinación colectiva —opinó la Pirata Domínguez, que pasó por La Palabra para sumar su testimonio y contarnos que está haciendo un curso de psicoanálisis junguiano.
Muchos se preguntan qué ocurrió el domingo 13. Hay rumores, incertidumbre, teorías sin sustento.
—Solo quedó una certeza —sentenció la Pirata, antes de irse—. Desde las PASO, un fantasma recorre las urnas del cuarto oscuro.
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