Por Leandro Romero(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Cuando el sol le abre paso a la luna, el manto de la noche transforma la ciudad. Lo que a diario puede ser un edificio repleto de profesionales, trabajadores o empresarios, luego se convierte en un desolado espacio nominal, donde el tiempo parece nunca transcurrir.
Valencia esto lo entendía bien. Siempre le tocaba hacer extensas jornadas laborales a raíz de su enorme talento. No obstante, a pesar de las sobresalientes habilidades, ascensos y éxitos, estaba harta de su trabajo.
Durante años se engañó creyendo que tener un gran salario contrarrestaba su agobiante empleo, cediendo ante los lujos materiales para intentar encontrar una efímera felicidad.
Una madrugada, siendo la única persona en la calle, sintió que su auto la esperaba cuando salía del trabajo. Es indescriptible el confort que experimentó al sentarse en ese asiento de lujosa tela tapizada.
Al posar sus manos en el volante y encender el vehículo, la radio FM fue lo primero en hacerse notar. A esa hora pasaban canciones ruidosas y frenéticas, que parecían alentarla. ¿Quién en su sano juicio quería escuchar música eurobeat a la madrugada?
Las vibraciones del motor y los melódicos ronroneos de las bajas revoluciones hacían que su mente se despejara. Esa calidez provocaba que la mujer cerrara los ojos y no pensara en nada más que en el sentimiento de acelerar.
En un pestañeo, ya corría a 150, 170 y hasta 190 kilómetros por hora. Solo quería alejarse, escapar de ahí, huir lo más lejos de ese lugar, perderse en la frialdad de la noche, refugiarse en el cálido día.
Mientras veía los semáforos verdes continuos de la ruta 205 pasar y pasar, la adrenalina de ir más rápido le puso la piel erizada.
Era un cuerpo aerodinámico moviéndose a más de 200 por hora, dando todo de sí para llegar a su destino y avistar con sus ojos la luz del alba.
Aunque el sol observó en Valencia una amargada cara de cansancio, la que vio en secreto su sonrisa de felicidad fue la luna.
Valencia esto lo entendía bien. Siempre le tocaba hacer extensas jornadas laborales a raíz de su enorme talento. No obstante, a pesar de las sobresalientes habilidades, ascensos y éxitos, estaba harta de su trabajo.
Durante años se engañó creyendo que tener un gran salario contrarrestaba su agobiante empleo, cediendo ante los lujos materiales para intentar encontrar una efímera felicidad.
Una madrugada, siendo la única persona en la calle, sintió que su auto la esperaba cuando salía del trabajo. Es indescriptible el confort que experimentó al sentarse en ese asiento de lujosa tela tapizada.
Al posar sus manos en el volante y encender el vehículo, la radio FM fue lo primero en hacerse notar. A esa hora pasaban canciones ruidosas y frenéticas, que parecían alentarla. ¿Quién en su sano juicio quería escuchar música eurobeat a la madrugada?
Las vibraciones del motor y los melódicos ronroneos de las bajas revoluciones hacían que su mente se despejara. Esa calidez provocaba que la mujer cerrara los ojos y no pensara en nada más que en el sentimiento de acelerar.
En un pestañeo, ya corría a 150, 170 y hasta 190 kilómetros por hora. Solo quería alejarse, escapar de ahí, huir lo más lejos de ese lugar, perderse en la frialdad de la noche, refugiarse en el cálido día.
Mientras veía los semáforos verdes continuos de la ruta 205 pasar y pasar, la adrenalina de ir más rápido le puso la piel erizada.
Era un cuerpo aerodinámico moviéndose a más de 200 por hora, dando todo de sí para llegar a su destino y avistar con sus ojos la luz del alba.
Aunque el sol observó en Valencia una amargada cara de cansancio, la que vio en secreto su sonrisa de felicidad fue la luna.
(*)Concurre al Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
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