Por Torosaurio | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
El viernes pasado encontré un perrito muy flaco afuera de la oficina de La Palabra. Le di una de las empanadas que habían sobrado del jueves. Con la comida en la boca, el can se alejó feliz.
Al rato cayó la Pirata Domínguez. Le hice un café. Entre sorbo y sorbo, ella me trató de vago, porque últimamente apenas publico en esta sección.
—Los que tienen la camiseta puesta son Renoldi y Millán, Torosaurio —bardeó.
Le pedí que me contara algo para abandonar la vagancia.
—Está el caso de Facundo Torres, sonidista de La Unión —dijo—. Torres tiene un doberman enorme. Se llama Dinamita. Hace un año, se lastimó una pata. La herida no cicatrizaba porque él la lamía todo el tiempo. Torres le calzó un collar isabelino, de los que dejan el animal hecho una lámpara. Dinamita quedó duro. Una estatua. Los ojos le giraban desorbitados y se babeaba. Torres repitió la operación durante siete días por un par de horas. Dinamita, siempre igual. “Acostumbrate, va para largo”, le refregaba Torres. Una tarde, Torres salió en coche a hacer compras. En Canning le fallaron los frenos y se estampó contra un cartel. El coche quedó reventado. Y el conductor, con un cuello ortopédico, que se sacó recién a los seis meses. Torres afirma que Dinamita le comió la manguera del líquido de los frenos. Es la venganza por el collar isabelino, que por las dudas Torres tiró a la basura. Hoy los dos están bien, pero hasta ahí nomás. Los perros son revivos, Torosaurio. Y cizañeros. ¡Muy cizañeros!
Terminó el café y se retiró.
A los cinco minutos sonó el timbre. Atendí. En el umbral, cuatro perros callejeros, uno arriba del otro, conformaban una torre canina. Encabezaba el perrito que yo había alimentado más temprano. Traía un cuchillo entre los dientes, a la altura de mi carótida. Me guiñó un ojo. Entendí.
Los perros se retiraron con las demás empanadas del jueves. Yo almorcé un café. Me temblaban las manos.
Pensé en cerrar la oficina, mudarme a la Antártida (donde no hay perros) y abrir otro semanario. Se va a llamar La Palabra de la Antártida. Veré cómo hago.
Mientras, por la calle esquivo todos esos peludos de cuatro patas.
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