Por Nómada Eme(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Seguro llego. Uso la bici para todo. Fui a lugares donde nunca pensé ir, en la distancia o por la zona. Todo ese entrenamiento tiene que servir para algo. Voy con una bici de ruta, aun con mi delantal de maestro, incómodo para pedalear. Por suerte para mí, las calles de El Trébol son cómodas y relativamente vacías. En quince minutos tengo que estar ahí.
Llego bastante sudado pero lo puedo disimular con desodorante. Mientras encadeno mi bicicleta a un poste, noto que la rueda de adelante pierde aire. Bastante. Por suerte tengo una cámara de repuesto, muy útil en las bicis de ruta. Solamente tengo que cambiarla. La eficiencia está de mi lado, aunque pierdo la tuerca de la cámara en un hormiguero, al que tengo que rociar con el desodorante para desarmarlo, y después mato hormigas que se me suben al brazo izquierdo.
Sacudo el polvo de mi morral cuando veo tirado dentro de un cesto de basura una tostadora. Si creen que es la tostadora la que llama mi atención, déjenme decirles que no es así. Varios tubos vidriosos y de colores salen de uno de los lados, acompañan circuitos expuestos y complejos.
Parece que alguien intentó arreglarla sin ningún manual. Me acerco para ver más en detalle el entramado de cables y colores. El botón de encendido parpadea, tiene una luz roja que me incita a tocarlo, como un guiño permisivo e hipnótico, tan funcional que olvido el motivo del viaje y sólo pienso en apretarlo. Aprieto.
En un instante siento que floto, caigo, me expando, me ahogo. Escucho los ruidos de electrones y protones instantáneamente chocando entre sí. Veo colores que conocía y otros que no, solos y todos juntos.
Al volver a cierta normalidad, me aterro al ver la forma en la que regreso. Soy una hormiga, una insignificante hormiga roja cuestionablemente inteligente.
El horror continúa cuando me noto junto a otras hormigas, en el brazo izquierdo de mi yo del pasado, momentos antes de ser aplastado.
Sacudo el polvo de mi morral cuando veo tirado dentro de un cesto de basura una tostadora. Si creen que es la tostadora la que llama mi atención, déjenme decirles que no es así. Varios tubos vidriosos y de colores salen de uno de los lados, acompañan circuitos expuestos y complejos.
Parece que alguien intentó arreglarla sin ningún manual. Me acerco para ver más en detalle el entramado de cables y colores. El botón de encendido parpadea, tiene una luz roja que me incita a tocarlo, como un guiño permisivo e hipnótico, tan funcional que olvido el motivo del viaje y sólo pienso en apretarlo. Aprieto.
En un instante siento que floto, caigo, me expando, me ahogo. Escucho los ruidos de electrones y protones instantáneamente chocando entre sí. Veo colores que conocía y otros que no, solos y todos juntos.
Al volver a cierta normalidad, me aterro al ver la forma en la que regreso. Soy una hormiga, una insignificante hormiga roja cuestionablemente inteligente.
El horror continúa cuando me noto junto a otras hormigas, en el brazo izquierdo de mi yo del pasado, momentos antes de ser aplastado.
(*)Seudónimo de Marco Millán, coordinador del Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza.
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
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