Por Pablo Tolosa | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Me conecto a una inteligencia artificial y le pido: contame una historia corta acerca de un muchacho al que se le rompió el corazón. Debés incluir un animal que habla. El nombre del protagonista debe ser el anagrama de un chico de cuento.
La respuesta es la siguiente:
Una mañana Hocinopo despierta, casi sin aliento, con mucha tos.
Al mirarse en el espejo con la luz clara de la mañana, nota que la piel de sus pómulos tiene un tinte gris, el color del otoño de las cosas.
Hay momentos en que no pasa nada en la cabeza, dicen. O tal vez, el muchacho no ha terminado su proceso de despierte.
Solo mira el reflejo de sí mismo en el vidrio frío del espejo. No juzga, no prejuzga, no intuye, no presagia. Solo ve el reflejo de su mirada, se mira directo a los ojos, fuera de toda pose. Ser humano.
Y ahí justo, se le rompe el corazón. ¿Por qué? ¡Y qué sé yo! Muchas cosas: la comida, el faso, los amores, la familia, el calor, el sedentarismo, ¡el trabajo!
En fin, antes de tocar el piso con la cabeza, Hocinopo estará muerto, pero, aún antes de eso, el golpe en la nariz contra el vidrio le provoca un sangrado instantáneo y profuso que origina un desastre rojo en dirección al piso.
Antes que pase un segundo los brazos como de muñeco de trapo aplauden desacompasados cuando chocan contra las baldosas. Al final, el apagado sonido del hueso del cráneo golpeando el piso.
Sé que para este momento Hocinopo está muerto pero igual me conmueve. Bajo el rostro asoma un poco de sangre que eventualmente se detiene y un poco después se coagula sin novedad.
Por un largo tiempo nadie encontrará el cadáver; después de unos días, una mosca depositará sus huevos en la carne muerta, los huevos eclosionarán y darán a luz a nuevas moscas. Una de ellas es el animal que habla y solo dirá: “Es el fin del cuento de Hocinopo”.
La respuesta es la siguiente:
Una mañana Hocinopo despierta, casi sin aliento, con mucha tos.
Al mirarse en el espejo con la luz clara de la mañana, nota que la piel de sus pómulos tiene un tinte gris, el color del otoño de las cosas.
Hay momentos en que no pasa nada en la cabeza, dicen. O tal vez, el muchacho no ha terminado su proceso de despierte.
Solo mira el reflejo de sí mismo en el vidrio frío del espejo. No juzga, no prejuzga, no intuye, no presagia. Solo ve el reflejo de su mirada, se mira directo a los ojos, fuera de toda pose. Ser humano.
Y ahí justo, se le rompe el corazón. ¿Por qué? ¡Y qué sé yo! Muchas cosas: la comida, el faso, los amores, la familia, el calor, el sedentarismo, ¡el trabajo!
En fin, antes de tocar el piso con la cabeza, Hocinopo estará muerto, pero, aún antes de eso, el golpe en la nariz contra el vidrio le provoca un sangrado instantáneo y profuso que origina un desastre rojo en dirección al piso.
Antes que pase un segundo los brazos como de muñeco de trapo aplauden desacompasados cuando chocan contra las baldosas. Al final, el apagado sonido del hueso del cráneo golpeando el piso.
Sé que para este momento Hocinopo está muerto pero igual me conmueve. Bajo el rostro asoma un poco de sangre que eventualmente se detiene y un poco después se coagula sin novedad.
Por un largo tiempo nadie encontrará el cadáver; después de unos días, una mosca depositará sus huevos en la carne muerta, los huevos eclosionarán y darán a luz a nuevas moscas. Una de ellas es el animal que habla y solo dirá: “Es el fin del cuento de Hocinopo”.
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