Por Aglaia(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Mis días eran aburridos. Nada lograba distraerme. Cansada de tanta monotonía, decidí crear una rincón donde reunir lo que me hace sentir viva: los libros. Poco a poco conseguí tener una habitación repleta de títulos, principalmente históricos. Estos ejemplares tienen algo especial. Lo supe este verano en que me refugié en la lectura, acompañada por un escritorio y un sofá enorme.
Una tarde tomé un volumen pequeño, gastado, y sus palabras me transportaron a Estados Unidos, al transcurso de la Guerra de Secesión. Mujeres trabajaban duro, sin hombres a su lado. Me metí en ese mundo y por una semana mi casa se transformó en una fábrica de armas. Con infinidad de compañeras preparábamos, codo a codo, la pólvora, los cañones, todo lo necesario para que a los soldados no les faltara nada en el frente.
Al volver de mi odisea americana, me sumergí en un tomo enorme de tapas duras, sin títulos en la portada ni en el lomo. No sabía muy bien de qué se trataba. Comencé a sentir un calor intenso y la transpiración corría por el cuerpo. Llevaba un vestido ajustado hasta la cintura y luego más suelto. Un hiyab cubría mi cabeza y solo se divisaban mis ojos. El sufrimiento me recorría con los azotes de mi marido. Era su segunda esposa y no podía darle descendencia. Por eso, cada anochecer me castigaba.
Al cerrar aquel libro con todas las emociones a flor de piel, tomé otro título de la estantería. Hablaba sobre la última dictadura argentina. A medida que me adentraba en la trama, comprendía que estaba encerrada, en una celda con paredes sin revocar, sofocada, con mi vientre a punto de reventar. Sufría el abandono, los ultrajes, la depresión, la tristeza, la muerte. Amenazaban con separarme de mi hijo, que venía en camino.
Dejé caer el libro y volví a respirar. Ese subidón en el pecho me hizo entender que hay algo poderoso en cada página, que se ha vuelto amarillenta con el paso del tiempo. Una energía que late en esas construcciones mágicas llamadas bibliotecas.
Una tarde tomé un volumen pequeño, gastado, y sus palabras me transportaron a Estados Unidos, al transcurso de la Guerra de Secesión. Mujeres trabajaban duro, sin hombres a su lado. Me metí en ese mundo y por una semana mi casa se transformó en una fábrica de armas. Con infinidad de compañeras preparábamos, codo a codo, la pólvora, los cañones, todo lo necesario para que a los soldados no les faltara nada en el frente.
Al volver de mi odisea americana, me sumergí en un tomo enorme de tapas duras, sin títulos en la portada ni en el lomo. No sabía muy bien de qué se trataba. Comencé a sentir un calor intenso y la transpiración corría por el cuerpo. Llevaba un vestido ajustado hasta la cintura y luego más suelto. Un hiyab cubría mi cabeza y solo se divisaban mis ojos. El sufrimiento me recorría con los azotes de mi marido. Era su segunda esposa y no podía darle descendencia. Por eso, cada anochecer me castigaba.
Al cerrar aquel libro con todas las emociones a flor de piel, tomé otro título de la estantería. Hablaba sobre la última dictadura argentina. A medida que me adentraba en la trama, comprendía que estaba encerrada, en una celda con paredes sin revocar, sofocada, con mi vientre a punto de reventar. Sufría el abandono, los ultrajes, la depresión, la tristeza, la muerte. Amenazaban con separarme de mi hijo, que venía en camino.
Dejé caer el libro y volví a respirar. Ese subidón en el pecho me hizo entender que hay algo poderoso en cada página, que se ha vuelto amarillenta con el paso del tiempo. Una energía que late en esas construcciones mágicas llamadas bibliotecas.
(*)Integra el Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza.
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
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