Por Zemáforo con Z(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Me gustan las flores. Mi abuela cultivaba una enorme variedad en su jardín. Amaba compartir ese tesoro. Solo me decía que no me acercara al rosal del fondo, ni al galponcito que se encontraba al lado. “Las espinas tienen un veneno que puede paralizarte”, repetía cada vez que me veía con ganas de desobedecerla.
Ella murió hace varios años. Su casa está abandonada y es herencia de la familia. Decidí poner un poco de orden.
Atraída por el lugar prohibido de la infancia, empiezo por las rosas. Están resplandecientes bajo un sol primaveral. No me parecen amenazantes, pero por las dudas las acaricio con guantes.
Veo abierta la puerta del galponcito. Se me ocurre curiosear. Hay mugre, cajas, telarañas, mucha tierra. Algo me golpea y caigo. Se acerca una sombra. Oigo una voz masculina:
—Tu abuela me encerró acá.
—¡Mi abuela ya se murió! ¡Dejame ir! —grito, desesperada, confusa.
Intento escapar. La sombra no me suelta.
Me desmayo. Cuando despierto, no sé cuántas horas pasaron. Tengo hambre y sed. La sombra ha desaparecido.
Ella murió hace varios años. Su casa está abandonada y es herencia de la familia. Decidí poner un poco de orden.
Atraída por el lugar prohibido de la infancia, empiezo por las rosas. Están resplandecientes bajo un sol primaveral. No me parecen amenazantes, pero por las dudas las acaricio con guantes.
Veo abierta la puerta del galponcito. Se me ocurre curiosear. Hay mugre, cajas, telarañas, mucha tierra. Algo me golpea y caigo. Se acerca una sombra. Oigo una voz masculina:
—Tu abuela me encerró acá.
—¡Mi abuela ya se murió! ¡Dejame ir! —grito, desesperada, confusa.
Intento escapar. La sombra no me suelta.
Me desmayo. Cuando despierto, no sé cuántas horas pasaron. Tengo hambre y sed. La sombra ha desaparecido.
Me paro para escapar. Avanzo hacia la puerta. Regresa la sombra, se para delante mío. La empujo y salgo. Tropiezo. Caigo sobre el rosal. Las espinas penetran en mi piel como mosquitos.
—¿Sabés qué son estas rosas? —pregunta la sombra, desde adentro del galpón.
—Son hermosas... —balbuceo.
—Son las vidas que tu abuela arrebató a mis hijas y a muchas personas del barrio. Por eso se volvieron tóxicas —responde.
—Mi abuela jamás pudo haber hecho algo así —afirmo, con lágrimas en los ojos, sintiendo un profundo mareo.
—Alguien tiene que pagar lo que hizo aquella mujer sin corazón —dice la sombra y, no sé cómo, me agarra y me arrastra hacia esa pocilga donde quedo atrapada para siempre.
—¿Sabés qué son estas rosas? —pregunta la sombra, desde adentro del galpón.
—Son hermosas... —balbuceo.
—Son las vidas que tu abuela arrebató a mis hijas y a muchas personas del barrio. Por eso se volvieron tóxicas —responde.
—Mi abuela jamás pudo haber hecho algo así —afirmo, con lágrimas en los ojos, sintiendo un profundo mareo.
—Alguien tiene que pagar lo que hizo aquella mujer sin corazón —dice la sombra y, no sé cómo, me agarra y me arrastra hacia esa pocilga donde quedo atrapada para siempre.
(*)Intrega el Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza (Niñez y Adolescencia). Selección del texto para esta sección: Marco Millán, coordinador del Taller.
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