Por Carlos Renoldi (*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Estoy soñando. Camino por la vieja casa de mis abuelos, en Villa Guillermina. La vivienda está igual que en mi niñez, cuando la mayoría de las calles eran de tierra y proliferaban los terrenos baldíos.
Me detengo junto a la bomba de agua, la que llamábamos bomba sapo, al costado de un pasillo que da al patio de tierra del fondo, donde está erguido un sauce llorón. Atónito, veo pasar sigiloso un cocodrilo de unos cuatro o cinco metros, con una piel escamosa brillante, verde, con manchas naranjas, hermoso pero a la vez atemorizante.
El reptil se pierde detrás de la casa. Aparece mi esposa Gladys, la “Corta”. Le hago señas para que no haga ruidos.
El cocodrilo parece enroscarse, quizá esté por tomar una siesta en la tarde soleada.
Desde mi posición puedo ver la mitad de esa rosca verdosa. Le pido a Gladys su celular para sacarle una foto. Me arrimo lento, cauteloso, hasta tenerlo en posición. Siento la adrenalina del peligro, el cocodrilo puede atacarme, avanzo...
Me despierto. Aún es de madrugada. Estoy en la cama, al lado de Gladys. Suspiro aliviado.
***
A la mañana siguiente, mientras tomamos unos mates en el parque, le relato a la “Corta” mi pesadilla. Acostumbrada a escuchar casi a diario mis sueños raros, oye con desinterés y mira el celular.
Abre sus ojos, sorprendida, y tira el teléfono como si este le hubiera quemado.
Se lleva las manos a la cara, ahogando un grito, aterrada.
Sin entender lo que sucede, levanto el celu del piso. Le pregunto:
—¿Qué te pasó?
La “Corta” señala el aparato en mis manos. Miro la pantalla. En mi perfil de Facebook está publicada la foto del cocodrilo.
Me detengo junto a la bomba de agua, la que llamábamos bomba sapo, al costado de un pasillo que da al patio de tierra del fondo, donde está erguido un sauce llorón. Atónito, veo pasar sigiloso un cocodrilo de unos cuatro o cinco metros, con una piel escamosa brillante, verde, con manchas naranjas, hermoso pero a la vez atemorizante.
El reptil se pierde detrás de la casa. Aparece mi esposa Gladys, la “Corta”. Le hago señas para que no haga ruidos.
El cocodrilo parece enroscarse, quizá esté por tomar una siesta en la tarde soleada.
Desde mi posición puedo ver la mitad de esa rosca verdosa. Le pido a Gladys su celular para sacarle una foto. Me arrimo lento, cauteloso, hasta tenerlo en posición. Siento la adrenalina del peligro, el cocodrilo puede atacarme, avanzo...
Me despierto. Aún es de madrugada. Estoy en la cama, al lado de Gladys. Suspiro aliviado.
***
A la mañana siguiente, mientras tomamos unos mates en el parque, le relato a la “Corta” mi pesadilla. Acostumbrada a escuchar casi a diario mis sueños raros, oye con desinterés y mira el celular.
Abre sus ojos, sorprendida, y tira el teléfono como si este le hubiera quemado.
Se lleva las manos a la cara, ahogando un grito, aterrada.
Sin entender lo que sucede, levanto el celu del piso. Le pregunto:
—¿Qué te pasó?
La “Corta” señala el aparato en mis manos. Miro la pantalla. En mi perfil de Facebook está publicada la foto del cocodrilo.
(*) Músico, artista plástico y autor de los libros El loco. Poesías, canciones y herejías (2009) y La vereda de enfrente (2018).
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
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