Por Reina Franco(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
En una casona antigua, ubicada en los bosques de Ezeiza, habitaba un grupo de fantasmas malvados. Lo curioso es que, entre ellos, había uno especial. El alma pertenecía a un jovencito llamado Sam, asustadizo, sensible, blanco de las burlas de los demás. Él no tenía la menor idea de cómo asustar.
Un día vieron que una familia se acercaba al predio. Padre, madre, un niño y una chica, Luz. Se quedaron a pasar la noche en el jardín, alrededor de un fogón.
Sam trató de advertirles y muy lentamente se acercó a Luz. Ella dio un gran alarido que terminó ahuyentando a Sam, quien salió espantado a esconderse. En la casona se desataron ruidos, quejidos, gritos, cosas que volaban de un lado a otro, ventanas que se abrían y se cerraban.
En medio del bullicio, el padre de la familia preguntó:
—¿Están preparados?
Todos asintieron con la cabeza y en una milésima de segundo abandonaron sus cuerpos. Transformados en espíritus, enfrentaron a los espectros despiadados, que terminaron escapando.
Desde un escondite, Sam seguía con atención lo que sucedía y vio cómo unos seres luminosos, disfrazados de personas, festejaban haber liberado a la casa. Luz notó que alguien no había huido y decidió rastrearlo.
Al ser descubierto, Sam, susurrando, dijo:
—Yo no soy como ellos.
—Me di cuenta. Saliste disparado cuando grité —respondió Luz.
En ese momento aparecieron la madre, el padre y el nene. Querían conocer la historia de Sam.
—Tuve una buena familia, unida y amorosa. Un sábado de invierno salimos a patinar junto a mi hermanita, quien se cayó al Río Matanza. Me metí a rescatarla. Aunque logré salvarla, un derrumbe hizo que me quedara ahí y me ahogué. Mi alma se quedó vagando por estos bosques.
Tras aquel episodio, la familia de espectros buenos decidió adoptar a Sam.
Aunque la gran casona sigue vacía desde hace años, algunos relatan la historia de un fantasma tímido que huye apenas aparecen algunos visitantes.
Un día vieron que una familia se acercaba al predio. Padre, madre, un niño y una chica, Luz. Se quedaron a pasar la noche en el jardín, alrededor de un fogón.
Sam trató de advertirles y muy lentamente se acercó a Luz. Ella dio un gran alarido que terminó ahuyentando a Sam, quien salió espantado a esconderse. En la casona se desataron ruidos, quejidos, gritos, cosas que volaban de un lado a otro, ventanas que se abrían y se cerraban.
En medio del bullicio, el padre de la familia preguntó:
—¿Están preparados?
Todos asintieron con la cabeza y en una milésima de segundo abandonaron sus cuerpos. Transformados en espíritus, enfrentaron a los espectros despiadados, que terminaron escapando.
Desde un escondite, Sam seguía con atención lo que sucedía y vio cómo unos seres luminosos, disfrazados de personas, festejaban haber liberado a la casa. Luz notó que alguien no había huido y decidió rastrearlo.
Al ser descubierto, Sam, susurrando, dijo:
—Yo no soy como ellos.
—Me di cuenta. Saliste disparado cuando grité —respondió Luz.
En ese momento aparecieron la madre, el padre y el nene. Querían conocer la historia de Sam.
—Tuve una buena familia, unida y amorosa. Un sábado de invierno salimos a patinar junto a mi hermanita, quien se cayó al Río Matanza. Me metí a rescatarla. Aunque logré salvarla, un derrumbe hizo que me quedara ahí y me ahogué. Mi alma se quedó vagando por estos bosques.
Tras aquel episodio, la familia de espectros buenos decidió adoptar a Sam.
Aunque la gran casona sigue vacía desde hace años, algunos relatan la historia de un fantasma tímido que huye apenas aparecen algunos visitantes.
(*)Integra el Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza.
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
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