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La Palabra de Ezeiza | Abril de 2024

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La oscuridad en mí

Por Karen Valdez(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses


Recuerdo el momento exacto en el que todo se volvió sombrío. Empecé a ver el mundo de otra manera: frío y oscuro. El lugar donde me encontraba parecía un congelador embrujado. La sala de espera del Hospital emanaba vibras de una antigua película de terror, un film malo donde yo era la protagonista.
Aquella puerta gris que tenía en frente se levantaba igual que un muro amenazante, se veía como un portal hacia el infierno. Pero no, detrás de ella se encontraba mi mamá hablando con el doctor. Y esa realidad era mucho más aterradora que una historia de miedo. Sinceramente, prefería los monstruos de Junji Ito.
La recepcionista se acercó y preguntó si quería agua. Negué con la cabeza sin mirarla a los ojos, y ella volvió a su asiento arrastrándose. Era una mujer mayor con ropa gris, algo encorvada, con una sonrisa en su rostro. En mi realidad, su sonrisa se veía maligna, como si se burlara. Parecía una bruja. Quería irme. No dejaba de mover las piernas con nerviosismo, había tanto silencio que mis zapatillas rebotaban fuerte en ese suelo blanco y sonaban como un tambor, de esos que aparecen en las pelis cuando alguna desgracia está por ocurrir.
De pronto el aire se volvió pesado y borroso. La perilla de la puerta se movió, emitiendo un chirrido. Todo pareció congelarse en esa caja negra, que, a mis ojos, no era una sala de espera normal. Como si una bestia fuera a salir de ella, cerré los ojos antes de que terminara de abrirse. Quizá si no la veía, no sería real, no me atacaría, o lastimaría. La voz de mi mamá pronunciando mi nombre me sacó del entumecimiento y me dio el valor para volver a mirar. Al hacerlo, vi la sala del Hospital como realmente era: blanca, normal. No había oscuridad ni frío. Incluso había algunos papeles coloridos pegados en las paredes. Parpadeé y miré a la recepcionista, ahora ella se veía amable, con una sonrisa muy cálida. Llevaba tonos llamativos en su ropa. Y cuando miré a mi mamá, por fin todo terminó de explotar en colores. El negro y gris desaparecieron, los monstruos se fueron. Ella sonrió y se paró frente a mí, triunfante, envuelta en su gigantesco tapado rosa. Tomó mi mano y me empujó hacia la salida.
Afuera miré hacia atrás y el Hospital era como lo recordaba: naranja, inmenso. Las palabras “Hospital Interzonal de Ezeiza” brillaban arriba de nosotras. Abandonando ese lugar, mientras dejaba una estela arcoíris a su paso, mamá suspiró y proclamó: 
—¡No es cáncer!

(*)Estudiante del Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza.

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