Por Arián Molina(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
En el Taller de Escritura y Literatura de Ezeiza todas las clases son únicas, pero la de este martes superó todas mis expectativas. Apenas entré ya vi el brillo en los ojos de Marco, mi profesor, y supe que tenía una de sus ideas alocadas.
A mí me tocó la mano derecha de Facu y la mano izquierda de Pri. Enseguida empezamos con el primer problema: cuando mi mano izquierda agarró la lapicera, la derecha se estiró para escribir en la compu. Al final llegamos a un acuerdo y decidimos tipear en la compu para después pasarlo al cuaderno.
Ahora la discusión versaba sobre qué escribir. Empezamos por un relato realista con toques de romance, que gracias a la mano derecha pronto se transformó en una historia de terror. Después intenté escribir un relato metafísico, pero terminó teniendo un tono demasiado realista. Al final escribimos una historia así: dos enemigos se odiaban a muerte y planeaban asesinarse mutuamente. Uno captura al otro y comienza a torturarlo, pero, cuando este está al borde de la muerte, el torturador se da cuenta de que su vida no tiene sentido si él muere. Después de reflexionar sobre sus motivos y discutir sobre el sentido de la muerte (y la vida) encuentran un terreno en común y terminan enamorándose. O eso aparentaba, porque gracias a Facu, en el último párrafo aclara que ambos mantienen siempre escondidas varias armas, por si al otro se le ocurriera cambiar de opinión.
Todas las historias fueron igual de extrañas. Las manos de Reina y Mailén escribieron un poema sobre un fantasma que había muerto ahogado en el mar, y dedicaba sus días a guiar a aquellos que se perdían en sus aguas. Dezz y Yami escribieron una descripción extensa sobre el desayuno de un monstruo que comía carne humana en distintos grados de descomposición. A Ludmi le tocó la otra mano de Pri, y escribieron una crónica realista sobre una pobre chica que se fue volviendo loca después de haber mezclado su cuerpo con el de sus compañeres.
Cuando terminamos de leerlos, aplaudimos incómodamente, con la dificultad propia de tener dos manos de distinto tamaño.Fuimos devolviendo las extremidades a los cuerpos correspondientes mientras nos reíamos de Marco y sus ocurrencias. Fue un buen ejercicio.
Cuando volvía a casa, me di cuenta de que, aunque amo mis manos y su magia, fue muy hermoso cambiarlas por un rato. Y supe que, con todas sus ideas y personalidades tan distintas, los martes siempre me llevo a casa un pedacito de mis compañeres conmigo.
(*)Integra el Taller de Escritura y Literatura de la Municipalidad de Ezeiza.
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