Por Malevo Torcido | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Uso este espacio para hablarle al Torosaurio, que nada se toma en serio.
Atendeme, pibe, yo que soy zorro viejo vengo a parlarte de por qué te conviene dejar una botella de Legui en el jardín de La Palabra todos los jueves. Bah, eso si querés que a “Esto no está chequeado” le siga yendo bien y no te echen. ¿Te acordás de Franquito Sevillano? Yo tampoco me acordaba. De hecho, nadie lo recuerda, y recién ahora sé el motivo. Hace unos días me llegó un email de su tía Mirta con fotos de él. La visité el martes y me comentó que todo arrancó cuando Franquito, tras tantos años de cantar sus temas, pudo conocer al León Santafesino en La Biela, ese boliche que estaba sobre la ruta 205. ¡Sí, el mismísimo Leo Mattioli! La tía siempre lo había bancado en su sueño de ser cantante de cumbia, y justo cuando arrancaron con su grupo La Maliciosa, se cruzaron en una fecha. Como todo aprendiz al encontrarse con su maestro, Franquito buscó los secretos. Muchos le atribuían el éxito por su voz melancólica, otros por la atracción sexual que manan sus canciones. El León, presintiendo la guadaña, decidió compartir la posta:
―Una caña Legui los jueves, los días de trampa, Franquito. Va por ahí, hermano. Dejásela al pombero, que te va a acompañar con el silbido. Capaz hasta te regala una melodía. ¡Pero no le falles, eh! O para los demás vas a caer en el olvido.
Los ojos de Franquito se abrieron de par en par.
―¿Cómo te lo agradezco, León querido?
Leo dio la última pitada al Chesterfield y con un dedo lo tiró a un tacho de basura.
―Vos prendeme una velita cada tanto.
Así Franquito comenzó con los ritos: la botella de caña en el patio, la velita frente a la foto del León en el living. Llovían las fechas, la guita, los contratos. La Maliciosa sonaba en todas las radios, cuando se dio la noticia de la muerte de Leo. Franquito lo lloró y le dedicó temas en vivo. Pero dudó. Dudó de los silbidos que escuchaba las noches de los jueves, en los camarines.
El último jueves de trampa, Franquito cometió el error de tomarse la única botella de caña que quedaba, al compás de “Gata malvada” del León. Dejaron de llamarlo, y quienes lo cruzan hoy jamás podrían sospechar que este hombre, devenido en oficinista, fuera un famoso cantante.
Sabelo, Torosaurio, no conviene subestimar las cábalas ni las tradiciones. Podés matarte en la autopista por no saludar al Gauchito Gil. O tener miles de lectores y de pronto ser ignorado por no dejarle un trago al pomberito. Porque la fama es efímera, y los mitos, eternos.
Atendeme, pibe, yo que soy zorro viejo vengo a parlarte de por qué te conviene dejar una botella de Legui en el jardín de La Palabra todos los jueves. Bah, eso si querés que a “Esto no está chequeado” le siga yendo bien y no te echen. ¿Te acordás de Franquito Sevillano? Yo tampoco me acordaba. De hecho, nadie lo recuerda, y recién ahora sé el motivo. Hace unos días me llegó un email de su tía Mirta con fotos de él. La visité el martes y me comentó que todo arrancó cuando Franquito, tras tantos años de cantar sus temas, pudo conocer al León Santafesino en La Biela, ese boliche que estaba sobre la ruta 205. ¡Sí, el mismísimo Leo Mattioli! La tía siempre lo había bancado en su sueño de ser cantante de cumbia, y justo cuando arrancaron con su grupo La Maliciosa, se cruzaron en una fecha. Como todo aprendiz al encontrarse con su maestro, Franquito buscó los secretos. Muchos le atribuían el éxito por su voz melancólica, otros por la atracción sexual que manan sus canciones. El León, presintiendo la guadaña, decidió compartir la posta:
―Una caña Legui los jueves, los días de trampa, Franquito. Va por ahí, hermano. Dejásela al pombero, que te va a acompañar con el silbido. Capaz hasta te regala una melodía. ¡Pero no le falles, eh! O para los demás vas a caer en el olvido.
Los ojos de Franquito se abrieron de par en par.
―¿Cómo te lo agradezco, León querido?
Leo dio la última pitada al Chesterfield y con un dedo lo tiró a un tacho de basura.
―Vos prendeme una velita cada tanto.
Así Franquito comenzó con los ritos: la botella de caña en el patio, la velita frente a la foto del León en el living. Llovían las fechas, la guita, los contratos. La Maliciosa sonaba en todas las radios, cuando se dio la noticia de la muerte de Leo. Franquito lo lloró y le dedicó temas en vivo. Pero dudó. Dudó de los silbidos que escuchaba las noches de los jueves, en los camarines.
El último jueves de trampa, Franquito cometió el error de tomarse la única botella de caña que quedaba, al compás de “Gata malvada” del León. Dejaron de llamarlo, y quienes lo cruzan hoy jamás podrían sospechar que este hombre, devenido en oficinista, fuera un famoso cantante.
Sabelo, Torosaurio, no conviene subestimar las cábalas ni las tradiciones. Podés matarte en la autopista por no saludar al Gauchito Gil. O tener miles de lectores y de pronto ser ignorado por no dejarle un trago al pomberito. Porque la fama es efímera, y los mitos, eternos.
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
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