Por Míster Afro | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Una célebre casa embrujada de Villa Golf ha perdido todo su esplendor, y vecinos y vecinas de antaño se encuentran apesadumbrados.
Asentada en barro, con paredes de cuarenta y cinco centímetros, la construcción gozó de un pico de popularidad durante las décadas del 80 y 90, llenando de espanto a varias generaciones desde que don Anacleto Sepúlveda decidió ahorcarse en una de las habitaciones.
El trágico episodio hizo que en los alrededores se entretejieran distintos rumores. Mientras algunos decían que se oían los lamentos típicos de un condenado a vagar por la Tierra, otros repetían la leyenda de un espectro vengativo, que durante las madrugadas de invierno salía a buscar inocentes con una soga en la mano.
Pero, como dice el Eclesiastés, todas las cosas poseen un tiempo y un momento, y eso incluye a los fantasmas.
Parece ser que en la barriada se han ido olvidando de las tremebundas historias de Sepúlveda y, hace un mes atrás, la finca resultó intrusada. La primera noche, los usurpadores tuvieron que enfrentarse con Sepúlveda, pero en vez de salir corriendo ante la aterradora presencia del ahorcado, provocaron que el espíritu huyera despavorido, porque se reían de su ropa y lo invitaban a sentarse con ellos a tomar cerveza, comer una picadita y escuchar reguetón y trap a todo volumen.
El espectro estuvo deambulando extraviado por la 205, sin que nadie le prestara atención, y llegó hasta nuestra redacción para contar lo sucedido.
Nostálgico, Anacleto relató cómo puso cada ladrillo y nos habló de su feliz matrimonio, la viudez y los motivos de su drástica decisión. Reconoció que, luego de muerto, el barrio le brindó su afecto y lo convirtió en una celebridad del mundo intangible.
Nos pidió que hiciéramos público su agradecimiento a la comunidad por haberlo mantenido con vida durante tantos años, al creer en él con fervor, y recomendó que, si alguien lo extraña y quiere recordarlo con una sonrisa, lea El fantasma de Canterville, una gran novela de Oscar Wilde.
Asentada en barro, con paredes de cuarenta y cinco centímetros, la construcción gozó de un pico de popularidad durante las décadas del 80 y 90, llenando de espanto a varias generaciones desde que don Anacleto Sepúlveda decidió ahorcarse en una de las habitaciones.
El trágico episodio hizo que en los alrededores se entretejieran distintos rumores. Mientras algunos decían que se oían los lamentos típicos de un condenado a vagar por la Tierra, otros repetían la leyenda de un espectro vengativo, que durante las madrugadas de invierno salía a buscar inocentes con una soga en la mano.
Pero, como dice el Eclesiastés, todas las cosas poseen un tiempo y un momento, y eso incluye a los fantasmas.
Parece ser que en la barriada se han ido olvidando de las tremebundas historias de Sepúlveda y, hace un mes atrás, la finca resultó intrusada. La primera noche, los usurpadores tuvieron que enfrentarse con Sepúlveda, pero en vez de salir corriendo ante la aterradora presencia del ahorcado, provocaron que el espíritu huyera despavorido, porque se reían de su ropa y lo invitaban a sentarse con ellos a tomar cerveza, comer una picadita y escuchar reguetón y trap a todo volumen.
El espectro estuvo deambulando extraviado por la 205, sin que nadie le prestara atención, y llegó hasta nuestra redacción para contar lo sucedido.
Nostálgico, Anacleto relató cómo puso cada ladrillo y nos habló de su feliz matrimonio, la viudez y los motivos de su drástica decisión. Reconoció que, luego de muerto, el barrio le brindó su afecto y lo convirtió en una celebridad del mundo intangible.
Nos pidió que hiciéramos público su agradecimiento a la comunidad por haberlo mantenido con vida durante tantos años, al creer en él con fervor, y recomendó que, si alguien lo extraña y quiere recordarlo con una sonrisa, lea El fantasma de Canterville, una gran novela de Oscar Wilde.
Don Sepúlveda confirmó que ya no lo volveremos a ver por Villa Golf. Llegó la hora de mudarse al más allá. Las apariciones, la magia y cierta inocencia han pasado de moda.
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