Por Marco Millán | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Era el cuarto día en el que estaba solo en casa. Mi hermano ya no fastidiaba mi paciencia. Mis padres se lo habían llevado de vacaciones como premio por sus sobresalientes promedios.
Jornada calurosa de verano, en el barrio La Porteña, y yo (que desde la secundaria tengo el estigma de llevarme hasta Educación Física) me preparaba una simple y pacífica sopa, con caldo de verduras.
¡Estaba para la cerveza en la plaza con los compas de la facu! ¡Lástima que no tenía ni un mango! Había usado hasta la última moneda en el kiosco de la vuelta para comprar unos fideos de letras, de esos que le dan a los pequeñines, y por lo que vi en la fecha de vencimiento, eran más viejos que mi hermano menor.
Muy domingo, en la tele no había nada nuevo. Me conformé con los Simpson. Peor es nada.
Dejé que se enfriara la sopa unos quince minutos. ¿Sería suficiente?
Soñé con probar un helado de sopa de fideos. ¿Es posible?
No quería darme más manija con el asunto y entonces arremetí con la primera cucharada, y algo pasó. Homero y Bart comenzaron a hablar raro. Cambié de canal para ver qué onda, y siguieron sucediendo cosas extrañas.
Le entré de nuevo a la sopa. A medida que avanzaban las cucharadas, las voces de la tele y hasta yo nos fuimos distorsionando.
Ni siquiera podía hablar conmigo mismo. No encontraba la forma. Sólo podía seguir comiendo.
Cuando quedaba poco, levanté el plato y me embutí la sopa de lleno. Tragué y tragué desesperado, ahogándome con esa sopa tibia, muy salada.
El mundo enmudeció, no entendía bien por qué, pero tampoco me lo podía preguntar... me había quedado sin palabras para contestar algo que ya no sabía bien qué era... en un mediodía que de pronto naufragaba en una sopa sin letras.
Jornada calurosa de verano, en el barrio La Porteña, y yo (que desde la secundaria tengo el estigma de llevarme hasta Educación Física) me preparaba una simple y pacífica sopa, con caldo de verduras.
¡Estaba para la cerveza en la plaza con los compas de la facu! ¡Lástima que no tenía ni un mango! Había usado hasta la última moneda en el kiosco de la vuelta para comprar unos fideos de letras, de esos que le dan a los pequeñines, y por lo que vi en la fecha de vencimiento, eran más viejos que mi hermano menor.
Muy domingo, en la tele no había nada nuevo. Me conformé con los Simpson. Peor es nada.
Dejé que se enfriara la sopa unos quince minutos. ¿Sería suficiente?
Soñé con probar un helado de sopa de fideos. ¿Es posible?
No quería darme más manija con el asunto y entonces arremetí con la primera cucharada, y algo pasó. Homero y Bart comenzaron a hablar raro. Cambié de canal para ver qué onda, y siguieron sucediendo cosas extrañas.
Le entré de nuevo a la sopa. A medida que avanzaban las cucharadas, las voces de la tele y hasta yo nos fuimos distorsionando.
Ni siquiera podía hablar conmigo mismo. No encontraba la forma. Sólo podía seguir comiendo.
Cuando quedaba poco, levanté el plato y me embutí la sopa de lleno. Tragué y tragué desesperado, ahogándome con esa sopa tibia, muy salada.
El mundo enmudeció, no entendía bien por qué, pero tampoco me lo podía preguntar... me había quedado sin palabras para contestar algo que ya no sabía bien qué era... en un mediodía que de pronto naufragaba en una sopa sin letras.
Esto No Está Chequeado | Sección no basada en hechos reales | Cualquier semejanza con la realidad es mala puntería | Contacto: ezeizaediciones@yahoo.com.ar
Blogger Comment