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La Palabra de Ezeiza | Marzo de 2024

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Reunión de padres

Por Hugo Alberto Panza | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch


Dicen que ocurrió en una escuela de La Unión. Alguien lo grabó con su celular. Luego de que la maestra explicara los objetivos del año, uno de los presentes pidió la palabra y dijo lo siguiente:
***
Yo ya no soy padre. Soy abuelo. El papá y la mamá de mi nieto no pudieron venir y me pidieron que los reemplazara.
Debí haber asistido a estas reuniones cuando era padre, pero no pude. Uno está en plena lucha por la familia durante la juventud. Tal vez por eso, en esa etapa de la vida, no se puede ver a lo lejos, detenerse y discernir entre aquello que es importante y lo que no es tanto.
Les pido a la maestra y a los padres que se detengan un poco y traten de ver algo más allá de los libros. Y algo más allá de la educación.
Cuando era niño, hace ya mucho tiempo, me gustaba andar en patines. Sin embargo, no los usé todo el tiempo que hubiera deseado. Recuerdo aquella tarde en la que acababa de llegar de la escuela y me disponía a usarlos, cuando mi madre me dijo, luego de revisar mi cuaderno:
—¡Cuánta tarea de Lengua! ¡No vas a poder jugar! ¡Tenés que estudiar análisis sintáctico!
Y no pude usar mis patines. Tenía que aprender objeto directo e indirecto, sujeto y predicado. Aunque los aprendí, nunca los usé en mi vida. A los pocos años olvidé lo aprendido como se olvida aquello que no se usa. Seguramente no me hubiera olvidado jamás de aquel atardecer andando en mis patines, si los hubiera podido usar. Y yo me pregunto: ¿quién me devuelve aquel instante que no pude disfrutar?
Me gustaba andar en bicicleta. Un día no pude hacerlo, porque tenía que hacer un mapa. Y yo me pregunto: ¿quién me devuelve aquella vivencia que no pude disfrutar?
Me gustaba jugar con mi amigo con los autitos de plástico y hacer carreras. Un sábado no pude hacerlo porque tenía que construir una maqueta. Y yo me pregunto: ¿quién me devuelve aquel fin de semana que no jugué con mi amigo?
Yo le digo a usted, señorita maestra, y a ustedes, señores padres, ¡¡los niños tienen que jugar!! ¡Primero tienen que jugar! ¿Le pedirían a un pájaro que no vuele? ¿A un felino que no corra? ¿A un joven que no se enamore? ¿A una madre que no bese a su niño? ¡¿Por qué les dejamos a los niños cada vez menos tiempo para jugar?!
Y yo me pregunto: ¿es más importante saber cuánto y qué exporta el Mercosur a sentir el olor a tierra mojada después de una lluvia? ¿Es más importante saber cuántos kilómetros tiene el Nilo a jugar con avioncitos de papel?
Escucho a los ministros que dicen tenemos que lograr no sé cuántos días de clase en el año. Y no sé a qué país tenemos que imitar, porque no sé en qué posición estamos en el mundo. Yo me pregunto: ¿qué carrera estamos corriendo? ¿Adónde queremos llegar? ¿Para qué? ¡¿Para qué?!
Yo digo: ¡todos los niños tienen derecho a jugar! ¡Todos los niños necesitan jugar! Y, aun cuando no lo crean, debemos hacer algo urgente: ¡enseñarles a jugar! Pude observar hace unos pocos meses cómo es un recreo en una escuela, y me asusté. ¡Los niños ya no juegan! ¡Sólo miran sus celulares! ¡Todos quietos! ¡¿Qué es lo que estamos haciendo?! ¡¿Qué pasará con esta generación de niños cuando sean adultos?!
¡Es un experimento con resultado incierto! Debemos enseñarles a descubrir el placer de sentir la tierra en las manos cuando se la trabaja para una planta. Debemos enseñarles a descubrir el olor del pasto recién cortado. A ver las hormigas trabajar. A disfrutar del sonido de la lluvia. Dejemos que en algún lugar de nuestras casas crezca los yuyos bien altos y observemos junto a ellos cuántos bichitos encuentran allí su hogar.
¿Acaso es más importante saber cómo se llamaban los emperadores romanos, cuántos kilómetros cuadrados tiene un océano o cuál es el predicado en una oración, que todo esto que acabo de decir? ¿Qué es más importante? ¿Ustedes qué creen?
Dejemos que se arrodillen y se ensucien, que se lastimen de vez en cuando. Un raspón en una rodilla, tan común en los chicos de mi generación, es ahora una rareza. Algunos niños no conocen la cascarita que sale después de lastimarse. Sólo corren y se caen y saltan con un joystick. Tienen que apretar cuadrados o círculos, o no sé qué para hacer todo eso. Cuando dejan de estudiar, los dejamos un ratito con un joystick, ese es su mejor amigo, y luego, de vuelta a hacer tarea, y más tarde, otra vez con su joystick. ¿Y el mundo a su alrededor? ¡No se lo mostramos! ¡No se lo enseñamos! ¿Qué es lo que debemos enseñarles? ¿Todos creen que el plan de estudio del ciclo lectivo es lo mejor que les podemos dar?
Señorita maestra y señores padres, no aspiro a que mi nieto sea un excelente alumno. Deseo que sea un niño feliz.
***
Dicho esto, el abuelo se marchó. Nunca se supo quién era su nieto. Los directivos preguntaron a padres y madres si alguno no había podido ir a la reunión y mandaron al abuelo. Sin embargo, todos habían asistido. Algunos dicen que lo han visto cerca de alguna que otra escuela de Ezeiza observando a los niños en el recreo. Se merece un reportaje. ¿No lo creen? Los del diario La Palabra deberían hacerle uno. Sólo hay que encontrarlo. Si alguien lo ve, avísenle a Marcos.

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