Por Marco Millán | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Todos tenemos un lugar y momento preferido del día. El mío solía ser contemplando un cuadro en movimiento, sentado o parado, al lado de mi ventana. Con catorce años jubilado, llegué a esa etapa de vida de descanso en la que el tiempo transcurre lento para unas cosas y muy rápido para otras. Mis compadres, más inquietos que yo, después de jubilarse, no pudieron parar: abrieron almacenes, kioscos, se fueron de viaje a recorrer el país. Mi elección era más simple: me encontraba conforme con mi inacción y la ventana.
La casa en la que vivo fue de mis padres, después mía y hoy es de la más chica de mis hijas. A pesar de haber pasado por varias generaciones, con sus arreglos y sus modificaciones, la ventana sigue igual que siempre. Fue en esa ventana donde pasaba las tardes de mi jubilación, observando historias para no olvidar la mía: cuando de puntas de pie esperaba, a los seis años, a mi viejo que llegaba de trabajar. De joven, tomando un vaso de vino los sábados en la tarde, mirando a mis hijos e hijas jugar en el predio del frente que era el cliché de predio de barrio, deshabitado, pastos altos y árboles, ranas de vez en cuando, pájaros de diversos tipos, una reserva de colores verdes y más salvajes. El lugar elegido de chicos y chicas para imaginar. Volvían cansados y llenos de barro, contaban sus aventuras, expediciones y descubrimientos mientras tomaban la leche y se turnaban para bañarse.
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Esa misma ventana fue testigo del adiós al paisaje cuasi salvaje que tanta nostalgia me traía. Pero, para mi sorpresa, de todos los edificios, casas o locales que pudieron haber edificado, construyeron un espacio recreativo. En el Parque Los Álamos paso tardes enteras junto con mis nietos, jugando, riendo y siendo con ellos. Dejé atrás mi inacción y elegí intercambiar lo que sucedió por lo que puede suceder. Por mi ventana dejé de ver paisajes e historias lejanas, ahora me veo a mí mismo con mis nietos... mi nuevo lugar y momento preferido del día.
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Esa misma ventana fue testigo del adiós al paisaje cuasi salvaje que tanta nostalgia me traía. Pero, para mi sorpresa, de todos los edificios, casas o locales que pudieron haber edificado, construyeron un espacio recreativo. En el Parque Los Álamos paso tardes enteras junto con mis nietos, jugando, riendo y siendo con ellos. Dejé atrás mi inacción y elegí intercambiar lo que sucedió por lo que puede suceder. Por mi ventana dejé de ver paisajes e historias lejanas, ahora me veo a mí mismo con mis nietos... mi nuevo lugar y momento preferido del día.
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