Por Torosaurio | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
—La libertad creativa no se negocia, Torosaurio —me dijo tajante Edgard Pietrotowers, reconocido dramaturgo y verdulero, cuando le compré un kilo de morrones en la Feria, hace ya un par de años.
Según él, en el under los sponsors siempre meten mano en todo. Puso de ejemplo un proyecto suyo que estrenaría en dos semanas: Los amantes se divierten.
—Es una obra maestra, un dramón romántico y lacrimógeno —acotó.
Necesitando un financiador, Edgard le había presentado el libreto a su amigo Osvaldo, un contador, quien accedió a solventar los gastos si le permitía reescribir algunas líneas. Edgard aceptó, y Osvaldo presentó una versión donde el drama quedaba en segundo plano, y la pareja protagonista se la pasaba exaltando las virtudes de asesorarse con un profesional de conocimientos financieros. Edgard dio marcha atrás.
—Mi ideología es jamás hacer propaganda a través del arte. Así que rompí el chanchito y yo mismo puse la tarasca —se justificó.
Me alcanzó los morrones y me invitó a la inminente puesta de Los amantes se divierten en su teatro The Western Saloon.
—Voy a ver si levanto cabeza con las entradas. Entre el elenco y la verdulería ando apretadísimo.
La esperada noche, la sala estaba a medio llenar. Yo me senté en primera fila. Saqué mis pañuelitos para secarme las lágrimas, pero no los necesité: el dramón romántico y lacrimógeno había quedado en segundo plano y la pareja protagonista se la pasaba exaltando las propiedades alimentarias de las frutas y las verduras, e indicaban que los mejores precios los tenía el verdulero de la Feria. Tras la caída del telón, Pietrotowers se me acercó y me confesó que le había hecho algunos cambios al libreto.
—Quedó buenísima, hasta me dio ganas de comer algo fresco —le respondí, a la vez que le recordé—: Creí que no hacías propaganda en las obras.
—Vi que la gente se alimenta espantosamente. ¡Esto es por el bien de la República! —contestó, y luego pidió al público que no se retirara sin antes pasar por el puesto de verduras instalado a la salida.
Volví a casa comiéndome una pera y reflexionando. Pietrotowers no sería el maestro que había imaginado pero esa noche me enseñó que, cuando hay hambre, la ideología va y viene.
Según él, en el under los sponsors siempre meten mano en todo. Puso de ejemplo un proyecto suyo que estrenaría en dos semanas: Los amantes se divierten.
—Es una obra maestra, un dramón romántico y lacrimógeno —acotó.
Necesitando un financiador, Edgard le había presentado el libreto a su amigo Osvaldo, un contador, quien accedió a solventar los gastos si le permitía reescribir algunas líneas. Edgard aceptó, y Osvaldo presentó una versión donde el drama quedaba en segundo plano, y la pareja protagonista se la pasaba exaltando las virtudes de asesorarse con un profesional de conocimientos financieros. Edgard dio marcha atrás.
—Mi ideología es jamás hacer propaganda a través del arte. Así que rompí el chanchito y yo mismo puse la tarasca —se justificó.
Me alcanzó los morrones y me invitó a la inminente puesta de Los amantes se divierten en su teatro The Western Saloon.
—Voy a ver si levanto cabeza con las entradas. Entre el elenco y la verdulería ando apretadísimo.
La esperada noche, la sala estaba a medio llenar. Yo me senté en primera fila. Saqué mis pañuelitos para secarme las lágrimas, pero no los necesité: el dramón romántico y lacrimógeno había quedado en segundo plano y la pareja protagonista se la pasaba exaltando las propiedades alimentarias de las frutas y las verduras, e indicaban que los mejores precios los tenía el verdulero de la Feria. Tras la caída del telón, Pietrotowers se me acercó y me confesó que le había hecho algunos cambios al libreto.
—Quedó buenísima, hasta me dio ganas de comer algo fresco —le respondí, a la vez que le recordé—: Creí que no hacías propaganda en las obras.
—Vi que la gente se alimenta espantosamente. ¡Esto es por el bien de la República! —contestó, y luego pidió al público que no se retirara sin antes pasar por el puesto de verduras instalado a la salida.
Volví a casa comiéndome una pera y reflexionando. Pietrotowers no sería el maestro que había imaginado pero esa noche me enseñó que, cuando hay hambre, la ideología va y viene.
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