Por María Cecilia Gilardoni(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: DigitalSnatch
Voy a ver si me perdona. Sé que pude haberle hecho daño. Yo era consciente de su situación: estaba más sola que la Luna en una noche de invierno en Canning y mi presencia era lo único que le quedaba. Se hacía la mujer feliz. Bailaba en el patio y forzaba la risa mientras cortaba las pocas flores que quedaban en las macetas. Ella armaba todo un acting con el que creía engañarme. Entiendo que lo hacía por aquello que se dice de nosotros. Tantas cosas se dicen... Hasta poderes sobrenaturales nos adjudican cuando, en realidad, sólo nos gusta dormir al sol, jugar con una pelotita como las que se le caen al tipo del primer piso y perseguir lauchas.
***
Se veía tan desafiante al borde del techo… La olí antes de que asomara, si bien la mirada retadora del vecino de arriba me dio alguna pista anticipándome su aparición.
***
Siempre me resultó increíble. ¿Cómo no se avivó mi dueña? Ese hombre siempre estuvo loco por ella. Y claro, la ve tan feliz conmigo que no se anima. El tipo sale todos los días al balcón y, para disimular, se pone a limpiar su raqueta y las pelotitas. Yo me di cuenta de la artimaña, y no por esa bendita percepción o maldita, según quién juzgue. Nunca olvido que están los que nos veneran y quienes nos esquivan. Más en mi caso, siendo así como soy, negrito.
***
Ya está. Ya me di el gusto y es hora de pegar la vuelta. ¡Sabrosa! No parecía. Era más bien flaquita. ¡Cómo corría al filo de la cornisa! Cuando en su huida dobló en la balaustrada de la casa de al lado, tuve miedo de perderla. Pero la cola quedó al alcance. Y ahí el zarpazo.
***
Ahora a volver. Debe estar triste, muy sola sin mí. Creo que el vecino intuía lo importante que era yo para ella y que deseaba mi lugar. Alguna que otra vez lo vi mirarse las uñas y afilárselas en los hierros del balcón, como también percibí el cambio del color del iris de sus ojos cuando me miraba.
***
Y esta mañana… lo vi que venía atrás. Saltó por el balcón, me di vuelta y pude ver su debut corriendo en cuatro patas por la terraza. Sentí el ruido de las suyas tras las mías. Sentí su olor. Vi su color: negro. Los dos lanzados a la carrera tras la misma presa. Peleamos por ella. Pero, pobre gato con guantes, destiñó y perdió. Se fue. Abandonó y vaya a saber dónde estará. Por ahí, cayó al vacío desde algún balcón en su vergonzosa retirada. Es el destino de los que no nacen terminados. Fue mi rival en todo lo que vale la pena en esta vida y perdió.
***
Regreso a casa, a jugar con la pelotita que se le cayó la tarde anterior al día de nuestra contienda y que reclamó sin éxito, sólo con la intención de entablar diálogo con mi ama.
Y acá estoy. Por fin de vuelta. Ella se alegrará de verme en casa. Debió culparse pensando que por algún lado coló su angustia y su pena, y que por eso me alejé.
—¡Miauu! —solté a través de la puerta cerrada.
—¡Miauu! —escuché perplejo que la contestación a mi llamado venía desde el interior.
¿Qué maullido es ese que se escucha detrás de la puerta? Confundido, me dije: “Ahí voy, más fuerte”.
—¡¡¡Miauu!!!
—¿Plutón? —y la voz de ella calmó mi ansiedad y me colmó de alegría.
¡Me llamó por mi nombre! Pero el júbilo duraría sólo unos segundos.
Abrió la puerta.
Entré y la escena bañó mis ojos de amarillo.
La miré fijamente. Ella sabe que ese color es señal de alerta ante una provocación.
Clavé en sus ojos mis pupilas exigiéndole a mi ama una respuesta: “¿Qué hace este gato desteñido en nuestro patio, jugando con su pelotita de tenis?”.
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Se veía tan desafiante al borde del techo… La olí antes de que asomara, si bien la mirada retadora del vecino de arriba me dio alguna pista anticipándome su aparición.
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Siempre me resultó increíble. ¿Cómo no se avivó mi dueña? Ese hombre siempre estuvo loco por ella. Y claro, la ve tan feliz conmigo que no se anima. El tipo sale todos los días al balcón y, para disimular, se pone a limpiar su raqueta y las pelotitas. Yo me di cuenta de la artimaña, y no por esa bendita percepción o maldita, según quién juzgue. Nunca olvido que están los que nos veneran y quienes nos esquivan. Más en mi caso, siendo así como soy, negrito.
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Ya está. Ya me di el gusto y es hora de pegar la vuelta. ¡Sabrosa! No parecía. Era más bien flaquita. ¡Cómo corría al filo de la cornisa! Cuando en su huida dobló en la balaustrada de la casa de al lado, tuve miedo de perderla. Pero la cola quedó al alcance. Y ahí el zarpazo.
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Ahora a volver. Debe estar triste, muy sola sin mí. Creo que el vecino intuía lo importante que era yo para ella y que deseaba mi lugar. Alguna que otra vez lo vi mirarse las uñas y afilárselas en los hierros del balcón, como también percibí el cambio del color del iris de sus ojos cuando me miraba.
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Y esta mañana… lo vi que venía atrás. Saltó por el balcón, me di vuelta y pude ver su debut corriendo en cuatro patas por la terraza. Sentí el ruido de las suyas tras las mías. Sentí su olor. Vi su color: negro. Los dos lanzados a la carrera tras la misma presa. Peleamos por ella. Pero, pobre gato con guantes, destiñó y perdió. Se fue. Abandonó y vaya a saber dónde estará. Por ahí, cayó al vacío desde algún balcón en su vergonzosa retirada. Es el destino de los que no nacen terminados. Fue mi rival en todo lo que vale la pena en esta vida y perdió.
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Regreso a casa, a jugar con la pelotita que se le cayó la tarde anterior al día de nuestra contienda y que reclamó sin éxito, sólo con la intención de entablar diálogo con mi ama.
Y acá estoy. Por fin de vuelta. Ella se alegrará de verme en casa. Debió culparse pensando que por algún lado coló su angustia y su pena, y que por eso me alejé.
—¡Miauu! —solté a través de la puerta cerrada.
—¡Miauu! —escuché perplejo que la contestación a mi llamado venía desde el interior.
¿Qué maullido es ese que se escucha detrás de la puerta? Confundido, me dije: “Ahí voy, más fuerte”.
—¡¡¡Miauu!!!
—¿Plutón? —y la voz de ella calmó mi ansiedad y me colmó de alegría.
¡Me llamó por mi nombre! Pero el júbilo duraría sólo unos segundos.
Abrió la puerta.
Entré y la escena bañó mis ojos de amarillo.
La miré fijamente. Ella sabe que ese color es señal de alerta ante una provocación.
Clavé en sus ojos mis pupilas exigiéndole a mi ama una respuesta: “¿Qué hace este gato desteñido en nuestro patio, jugando con su pelotita de tenis?”.
(*) Inspirado en el cuento“Mujer con gato” de Liliana Heker.
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