Por Míster Afro | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch | #FiccionesEzeicenses
Esta historia puede resultar macabra para almas sensibles, pero entendemos que debe ser contada en memoria del recordado Juan Manuel Sombreritti, quien planificaba casarse allá por diciembre de 2006.
Juan era un tipo simpático y atento a la estética, aunque también caprichoso y consentido. Único hijo de Rosendo y Stella, famosos carniceros del barrio Tres Américas, tenía dos antojos para la boda.
Uno consistía en vivir una fiesta inolvidable. Largas mesas de invitados y un asado de esos con cuero, que cada tanto se hacen en el campo y dejan una ristra de anécdotas. Los que saben dicen que, tras esa especial cocción de diez horas, la grasa y los jugos transforman a la carne en un manjar.
El otro anhelo era en apariencia menos complicado de resolver, pero implicaba un desvelo para el enamorado. De piel blanquísima, Juan quería verse bronceado, parecido a su ídolo, el actor Denzel Washington.
Así, mientras Rosendo y Stella sacaban un préstamo en el Banco Provincia para resolver la exigencia gastronómica, el joven se concentró en tomar sol a toda hora, por más que su novia Agustina le insistiera en que los rayos ultravioletas pueden ser peligrosos. Soñador, no escuchaba. Sólo podía imaginarse morocho, luciendo un traje blanco, rodeado de los mejores costillares.
Con el correr de los días, la epidermis de Juan demostró ser invulnerable y no había cambiado de color. Agustina le aconsejó maquillarse, pero él era un obstinado cabeza dura y decidió pasar a una medida extrema: visitar distintas camas solares porteñas y quedarse lo más posible en cada una.
No comentó con nadie tamaña osadía y sus oscuros deseos lo condujeron hacia un destino inesperado.
Un llamado de la Policía anotició a la familia de que el muchacho había perdido la vida en un establecimiento de belleza en el barrio porteño de Caballito.
En Tres Américas nadie podía creer lo sucedido.
La sorpresa fue aún mayor cuando en la morgue judicial comprobaron que el cadáver del novio seguía pálido, igual que una esfinge de mármol.
Esto impulsó una investigación y la causa “Averiguación por causales de muerte”.
La autopsia reveló que —si bien la piel de Juan Manuel Sombreritti se mantuvo inmaculada en su matrimonio con el más allá— la carne poseía el aspecto encantador de los míticos asados con cuero.
Uno consistía en vivir una fiesta inolvidable. Largas mesas de invitados y un asado de esos con cuero, que cada tanto se hacen en el campo y dejan una ristra de anécdotas. Los que saben dicen que, tras esa especial cocción de diez horas, la grasa y los jugos transforman a la carne en un manjar.
El otro anhelo era en apariencia menos complicado de resolver, pero implicaba un desvelo para el enamorado. De piel blanquísima, Juan quería verse bronceado, parecido a su ídolo, el actor Denzel Washington.
Así, mientras Rosendo y Stella sacaban un préstamo en el Banco Provincia para resolver la exigencia gastronómica, el joven se concentró en tomar sol a toda hora, por más que su novia Agustina le insistiera en que los rayos ultravioletas pueden ser peligrosos. Soñador, no escuchaba. Sólo podía imaginarse morocho, luciendo un traje blanco, rodeado de los mejores costillares.
Con el correr de los días, la epidermis de Juan demostró ser invulnerable y no había cambiado de color. Agustina le aconsejó maquillarse, pero él era un obstinado cabeza dura y decidió pasar a una medida extrema: visitar distintas camas solares porteñas y quedarse lo más posible en cada una.
No comentó con nadie tamaña osadía y sus oscuros deseos lo condujeron hacia un destino inesperado.
Un llamado de la Policía anotició a la familia de que el muchacho había perdido la vida en un establecimiento de belleza en el barrio porteño de Caballito.
En Tres Américas nadie podía creer lo sucedido.
La sorpresa fue aún mayor cuando en la morgue judicial comprobaron que el cadáver del novio seguía pálido, igual que una esfinge de mármol.
Esto impulsó una investigación y la causa “Averiguación por causales de muerte”.
La autopsia reveló que —si bien la piel de Juan Manuel Sombreritti se mantuvo inmaculada en su matrimonio con el más allá— la carne poseía el aspecto encantador de los míticos asados con cuero.
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