Por Antonella Giménez(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch
En los años 60, cerca de la vieja estación de Canning, vivía una hermosa joven de 16 años. Su núcleo familiar se completaba con la madre y dos hermanos. Su padre había fallecido de una extraña enfermedad, que nadie supo explicar.
Como toda joven, estudiaba y cumplía sus deberes. Era muy aplicada y responsable.
En la escuela tenía muchos pretendientes, pero ella estaba enamorada de un joven un año menor de otro establecimiento. En el tiempo libre, ambos compartían almuerzos, risas, y disfrutaban de la mutua compañía.
Un día, el joven la invitó a tener su primera cita romántica. Le iba a proponer algo especial. Acordaron encontrarse un sábado a las seis de la tarde en el lugar que hoy conocemos como Anfiteatro de las Américas.
Seis menos diez, ella ya lo estaba esperando. Llevaba su cabello suelto y se había puesto un vestido con piedras lilas y hermosos detalles bordados, además de zapatos blancos. Lo esperó sentada, pero su enamorado nunca llegó.
Se marchó triste, con lágrimas en los ojos.
Al regresar a la casa, su madre la esperaba en la puerta y la abrazó. Mirándola a los ojos, le contó que el chico había fallecido en un accidente. Cuando lo hallaron, llevaba una rosa y una carta manuscrita para ella.
Conmocionada, la chica se encerró en la habitación y leyó la carta, tarde tras tarde.
En la escuela tenía muchos pretendientes, pero ella estaba enamorada de un joven un año menor de otro establecimiento. En el tiempo libre, ambos compartían almuerzos, risas, y disfrutaban de la mutua compañía.
Un día, el joven la invitó a tener su primera cita romántica. Le iba a proponer algo especial. Acordaron encontrarse un sábado a las seis de la tarde en el lugar que hoy conocemos como Anfiteatro de las Américas.
Seis menos diez, ella ya lo estaba esperando. Llevaba su cabello suelto y se había puesto un vestido con piedras lilas y hermosos detalles bordados, además de zapatos blancos. Lo esperó sentada, pero su enamorado nunca llegó.
Se marchó triste, con lágrimas en los ojos.
Al regresar a la casa, su madre la esperaba en la puerta y la abrazó. Mirándola a los ojos, le contó que el chico había fallecido en un accidente. Cuando lo hallaron, llevaba una rosa y una carta manuscrita para ella.
Conmocionada, la chica se encerró en la habitación y leyó la carta, tarde tras tarde.
***
Las semanas se sucedían y ella no olvidaba a su enamorado. Una noche, luego de tanta angustia, soñó que vivía feliz con él. Lo dramático es que se obsesionó con el joven, a quien imaginaba en los sitios donde antes se habían reunido.
Todos los días, a las seis de la tarde, se la veía en la plaza, con su vestido colorido y el corazón apenado... hasta que un día nadie más la vio...
Todos los días, a las seis de la tarde, se la veía en la plaza, con su vestido colorido y el corazón apenado... hasta que un día nadie más la vio...
***
Pasaron los años... y aún puedo oír cómo mi historia se sigue contando...
(*)La autora es estudiante de la Escuela Técnica Nº 1 de La Unión. Trabajó el relato con la profesora Graciela Castruccio en el marco del Concurso Buenos Aires Fantástica.
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