Por Juan Ambesi(*) | Esto No Está Chequeado | Ilustración: Digital Snatch
—¡Qué porquería de auto! —gritó Juan.
—¡Callate, idiota! Esta porquería de auto, como le decís, es un clásico —le respondió Jorge.
—Pero, ¡¿qué vas a saber de autos, vos?! El dueño te lo dio porque apenas andaba. Nos dejó re-tirados en medio de los bosques.
—Loco, tus quejas no ayudan. Encima, ¡este celular palmó otra vez! ¡¿Por qué no vas a dar una vuelta y conseguís una grúa?!
Jorge se recostó en la antigua butaca de su auto, apenado por ser demasiado confiado, mientras Juan salía a conseguir ayuda. Como el sol estaba bastante fuerte, Jorge no tardó en quedarse dormido. Refunfuñando contra su amigo, Juan prendió el último cigarrillo que le quedaba y se encaminó por entre los árboles.
Había escuchado que allí había unas cuantas viviendas desperdigadas. Una se llamaba la Casona de los Bosques y se rumoreaba que había sido escenario de unos asesinatos. Algunos hablaban de fantasmas y de brujería. Eso era un invento esparcido para que nadie usurpara el predio.
Caminó dos kilómetros y se topó con una tranquera cerrada. Saltó sin pensarlo demasiado y vio una casa con las ventanas rotas y los techos hundidos. Evidentemente estaba abandonada. Por curiosidad entró y caminó por su interior. Nada fuera de lo común: sólo polvo, silencio y telarañas. Era incuestionable que allí no había nadie. Recordó las películas de terror que veía con sus amigos los viernes, y sonrió.
Jugó al eco.
—¡Hola, hola! ¿Hay alguien ahí?
Salió y se sentó en el umbral de la puerta. Estaba cansado.
De repente, escuchó pasos y una voz que le decía:
—Disculpá, pero no sé a quién de nosotros estás buscando.
—Pero, ¡¿qué vas a saber de autos, vos?! El dueño te lo dio porque apenas andaba. Nos dejó re-tirados en medio de los bosques.
—Loco, tus quejas no ayudan. Encima, ¡este celular palmó otra vez! ¡¿Por qué no vas a dar una vuelta y conseguís una grúa?!
Jorge se recostó en la antigua butaca de su auto, apenado por ser demasiado confiado, mientras Juan salía a conseguir ayuda. Como el sol estaba bastante fuerte, Jorge no tardó en quedarse dormido. Refunfuñando contra su amigo, Juan prendió el último cigarrillo que le quedaba y se encaminó por entre los árboles.
Había escuchado que allí había unas cuantas viviendas desperdigadas. Una se llamaba la Casona de los Bosques y se rumoreaba que había sido escenario de unos asesinatos. Algunos hablaban de fantasmas y de brujería. Eso era un invento esparcido para que nadie usurpara el predio.
Caminó dos kilómetros y se topó con una tranquera cerrada. Saltó sin pensarlo demasiado y vio una casa con las ventanas rotas y los techos hundidos. Evidentemente estaba abandonada. Por curiosidad entró y caminó por su interior. Nada fuera de lo común: sólo polvo, silencio y telarañas. Era incuestionable que allí no había nadie. Recordó las películas de terror que veía con sus amigos los viernes, y sonrió.
Jugó al eco.
—¡Hola, hola! ¿Hay alguien ahí?
Salió y se sentó en el umbral de la puerta. Estaba cansado.
De repente, escuchó pasos y una voz que le decía:
—Disculpá, pero no sé a quién de nosotros estás buscando.
(*) El autor es estudiante de la Escuela Técnica Nº 1 de La Unión. Trabajó el relato con la profesora Graciela Castruccio en el marco del Concurso Buenos Aires Fantástica.
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