Por José María Marcos | Óleo sobre tela: “La chatita” de Bartolomé Vaccarezza | Esto No Está Chequeado | #FiccionesEzeicenses
Cinco gallinas andan dando vueltas por ahí. Ariscas viven en los trazos iluminados del óleo de Bartolomé Vaccarezza. Buscan semillas, insectos, caracoles y lombrices entre el pasto. Cabeza gacha, golpean rítmicamente la tierra con sus picos inquietos y certeros.
Bajo un alero de chapas descansa un carro de madera, a la espera de que algún paisano y un caballo voluntarioso se dignen a dotarlo del espejismo de la vida.
También reposa una viajada chatita roja, original, de la época del freno a varillas, con su tradicional caja de carga. Gallarda, muestra la máscara del radiador, las ruedas y los faros, mientras oculta torceduras, raspones y otros detalles. Su discreción es leal con las innumerables aventuras vividas por los Badaloni.
Eran siete los hermanos y trabajaban junto a su padre. Se movían por Lobos y la región, visitando granjas y estancias, ejecutando diversas tareas rurales. Eran famosos por su prolijidad a la hora de confeccionar fardos de forma manual. Igual que un ballet, rastrillaban los prados y hacían crecer los montículos de paja. Enormes, los esmerados embalajes parecían tributos al cielo.
Esa mañana húmeda de verano, el instante registrado por el cuadro, han venido a la casa de los Vaccarezza dos de los hermanos a charlar sobre distintas labores, y pronto, la chatita volverá a la huella y dejará una estela por los caminos de la provincia de Buenos Aires.
Cuando paseo distraído por los fondos de Tristán Suárez y Carlos Spegazzini, creo ver a los Badaloni. El padre maneja, serio, acompañado en la cabina por uno de sus hijos, que luce el brazo en la ventanilla y la camisa arremangada. Los otros seis viajan atrás, tres llevan boina y tratan de que el viento no se las arrebate. Uno fuma.
También reposa una viajada chatita roja, original, de la época del freno a varillas, con su tradicional caja de carga. Gallarda, muestra la máscara del radiador, las ruedas y los faros, mientras oculta torceduras, raspones y otros detalles. Su discreción es leal con las innumerables aventuras vividas por los Badaloni.
Eran siete los hermanos y trabajaban junto a su padre. Se movían por Lobos y la región, visitando granjas y estancias, ejecutando diversas tareas rurales. Eran famosos por su prolijidad a la hora de confeccionar fardos de forma manual. Igual que un ballet, rastrillaban los prados y hacían crecer los montículos de paja. Enormes, los esmerados embalajes parecían tributos al cielo.
Esa mañana húmeda de verano, el instante registrado por el cuadro, han venido a la casa de los Vaccarezza dos de los hermanos a charlar sobre distintas labores, y pronto, la chatita volverá a la huella y dejará una estela por los caminos de la provincia de Buenos Aires.
Cuando paseo distraído por los fondos de Tristán Suárez y Carlos Spegazzini, creo ver a los Badaloni. El padre maneja, serio, acompañado en la cabina por uno de sus hijos, que luce el brazo en la ventanilla y la camisa arremangada. Los otros seis viajan atrás, tres llevan boina y tratan de que el viento no se las arrebate. Uno fuma.
Van apurados. Algún campo recién cosechado los espera.
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