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La Palabra de Ezeiza | Octubre de 2024

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Besos por celular

Por María Cecilia Gilardoni Esto No Está Chequeado | Ilustración: Tomassini


La cuarentena lo encontró con un caso que había empezado a investigar en febrero. Mollo le ayuda a descorchar el vino, mientras recuerda aquella tarde en el café, frente a la municipalidad. Siempre citaba ahí, a las cinco, jugándose al albur que el cliente llegara con la intención de merendar y esa tarde se le dio. Sandra entró en el bar y la perspicacia profesional de Manuel hizo que reaccionara casi en automático, dirigiendo su mirada hacia la expositora de tortas, para ir degustando la selección. Cuatro grados marca el reporte del clima de las nueve y media de la noche. El invierno suele ser muy duro en Ezeiza, más cuando hace ya un par de años dejó de funcionar la caldera de la vieja casona donde vive, desde que el testamento de un tío abuelo lo reconociera como único heredero y le confiriera la tutoría de Watson. Manuel siente que del radiador sale aire frío. La gabardina que lleva puesta no alcanza para templarlo aunque le permite presentarse frente a su clienta en su physique du roll. Sostiene que si los profesores de gimnasia o de yoga dan sus clases por zoom con sus outfits ¿por qué él debería cambiar su característico perramus? Sandra no es la típica esposa despechada. Eso lo supo desde aquella tarde de febrero. La muchacha le dejó bien en claro que sólo quería un informe sobre las cuentas del marido. Evidentemente, sus sentimientos estaban resueltos pero sospechaba que había inversiones que su esposo le ocultaba y antes de decir “tenemos que hablar” debía saber “de cuánto estaríamos hablando”. Afortunadamente las características de la investigación no expusieron a Manuel a los controles policiales que se establecieran a un mes de haber tomado el caso de Sandra. No tuvo la necesidad de circular, ni puso en tensión su particular recelo al contagio. Por eso, y ante la imposibilidad de moverse libremente por el AMBA, Manuel, virginiano de Sol y Luna, desarrolló unas habilidades capaces de desafiar a los popes mundiales de la informática. Para ejecutar la estrategia planteada, decidió invertir una buena parte de su IFE en el pago de un mejor servicio de internet, y en los gastos de ingreso en los sitios de dateo más sofisticados de la web. Así, montó desde su computadora un verdadero laboratorio de espionaje digital para ingresar a datos financieros que efectivamente, ratificaron las sospechas de su clienta. Acordó con Sandra una charla por videocámara para esta noche. Termina su trabajo y eso lo angustia. Eligió una clave para encriptar la información, una que estuviera a salvo de un eventual hacker, pero no la recuerda. La cambió varias veces en las últimas semanas. Al inicio de la investigación tomaba nota en su libreta, pero dejó de hacerlo por una cuestión de seguridad, criterio reforzado por el desmadre de su naturaleza obsesiva en situación de pandemia. Trata de recordar y nada. Entiende que la cuarentena dio lugar a la profusión de claves por pagos on line, desafiando la temporalidad del lóbulo cerebral, a quien hace responsable por su olvido. Sólo recuerda haber resuelto que el password tendría que ser aquel que lo involucrara. Opinaba que esa era la característica que debía tener la llave de ese caso, tan especial para él. Disfruta de las largas charlas con Sandra, a quien juzgó desde un principio, inteligente, sensible y extremadamente bonita. Durante el tiempo que llevaba trabajando en el caso, compartieron música, libros, y siente que entre ellos nació algo cálido y cercano por llamarlo de alguna manera, considerando el distanciamiento social, preventivo y obligatorio. Watson maúlla y eso le recuerda haber visto pasar al gato por delante de la pantalla cuando el archivo se abrió anoche, tras el tipeo de la consigna que sigue sin resonar. Tan solo sabe que no buscó una clave sino una verdadera guinda que coronara el postre. Un salto y seña que por su contundencia, no necesitara soporte alguno. El reloj da las diez menos cinco, Mollo canta “Spaghetti del rock” y Manuel sólo recuerda la anterior: PANDEMIA_2020. El ejercicio de memoria no da resultado y llega a sospechar que la clave se metió en el campo muy vulnerable al malbec. Hace un último intento. Son las diez. Antes toma el rollo de papel de cocina y con un par de trozos, se suena la nariz, órgano sensible al cotidiano paso de Watson sobre el teclado y elemental: liberada la obstrucción, el oxígeno llega rápido al cerebro y el malbec en caída libre se mete en su corazón. TE AMO.2021 en mayúsculas, la clave vuelve al campo, mientras el rington anuncia en el celular de Manuel la videollamada de Sandra.

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